Teatro
Siempre me maravilló la capacidad que algunas personas tienen
para conseguir mutarse en determinados personajes. Dejarse de lado el pudor y
asumir como propia una vivencia que fue diseñada para dar vida a ojos de los
demás es una labor altamente encomiable y a la par gratificante para quien la
presencia. Esa dualidad esquizoide acaba mostrándose como un pulso entre dos mitades de un mismo ser que intentan
adueñarse de la otra. Y mientras, el guión rodando por el escenario, aventando sentires,
provocando emociones, que es el fin
último de toda obra. Lo más curioso nace cuando desde el patio de butacas
cualquier espectador ha sido capaz de transportarse al personaje afín. Lo más intrigante
es cuando el espectador silencioso no sabe qué le provocó la parálisis de la
abstracción que mantuvo a sus ojos cautivos y a sus tímpanos presos de lo que
oían y contemplaban. Lo más doloroso resulta ser cuando los papeles se sueñan
cambiantes y la realidad guillotina ese deseo. Más de uno se percata del tipo
de obra que a diario representa sobre un boceto de guión escrito por la
costumbre y percibe de cuan increíble es su papel. Y no por exceso, sino más
bien por todo lo contrario. La rutina se acaba apoderando de las bambalinas y
los telones del conformismo suben a su antojo y bajan con pereza al concluir el
último acto. Clones de arlequines que no saben ver sus propias cuerdas de
marionetas y cuyo miedo a la rebelión les impide reescribir la obra. Una obra
que lleva por título Vida y que no admite el color gris en el pasquín anunciador
que las fanfarrias pregonan. Amarga
mezcolanza de sueños y despertares que avinagran el libar del día a día. De ahí
que la casaca que nos aporta el vestuario pese más de lo necesario y lo raída
que se nos muestre lo damos por válido
al pensar que las penurias de quienes la visten como nosotros nos
reconforta. Cobardía vestida de amarillo para poder culpar al mal fario de
nuestra propia inacción. Y mientras, el olor a naftalina perpetuándose para
acomodar sueños y segar valentías. Nos concederemos el beneplácito de la
mundana celebración para gozar durante unas horas de la vida que en realidad
soñamos. Robots encasillados a los que se nos oxidan las articulaciones y no
somos capaces de engrasarlas con decisión.
Teatro, la vida es puro teatro, sin duda. Solo nos resta reconocer que
lo que deberíamos tomar por comedia, entre todos, nosotros incluidos, hemos
permitido que se transformase en drama por mucho que neguemos verlo ¡ Pobres!
Jesús(defrijan)
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