lunes, 15 de junio de 2015


Teatro

Siempre me maravilló la capacidad que algunas personas tienen para conseguir mutarse en determinados personajes. Dejarse de lado el pudor y asumir como propia una vivencia que fue diseñada para dar vida a ojos de los demás es una labor altamente encomiable y a la par gratificante para quien la presencia. Esa dualidad esquizoide acaba mostrándose como un pulso entre  dos mitades de un mismo ser que intentan adueñarse de la otra. Y mientras, el guión rodando por el escenario, aventando sentires, provocando  emociones, que es el fin último de toda obra. Lo más curioso nace cuando desde el patio de butacas cualquier espectador ha sido capaz de transportarse al personaje afín. Lo más intrigante es cuando el espectador silencioso no sabe qué le provocó la parálisis de la abstracción que mantuvo a sus ojos cautivos y a sus tímpanos presos de lo que oían y contemplaban. Lo más doloroso resulta ser cuando los papeles se sueñan cambiantes y la realidad guillotina ese deseo. Más de uno se percata del tipo de obra que a diario representa sobre un boceto de guión escrito por la costumbre y percibe de cuan increíble es su papel. Y no por exceso, sino más bien por todo lo contrario. La rutina se acaba apoderando de las bambalinas y los telones del conformismo suben a su antojo y bajan con pereza al concluir el último acto. Clones de arlequines que no saben ver sus propias cuerdas de marionetas y cuyo miedo a la rebelión les impide reescribir la obra. Una obra que lleva por título Vida y que no admite el color gris en el pasquín anunciador que las fanfarrias pregonan.  Amarga mezcolanza de sueños y despertares que avinagran el libar del día a día. De ahí que la casaca que nos aporta el vestuario pese más de lo necesario y lo raída que se nos muestre lo damos por válido  al pensar que las penurias de quienes la visten como nosotros nos reconforta. Cobardía vestida de amarillo para poder culpar al mal fario de nuestra propia inacción. Y mientras, el olor a naftalina perpetuándose para acomodar sueños y segar valentías. Nos concederemos el beneplácito de la mundana celebración para gozar durante unas horas de la vida que en realidad soñamos. Robots encasillados a los que se nos oxidan las articulaciones y no somos capaces de engrasarlas con decisión.  Teatro, la vida es puro teatro, sin duda. Solo nos resta reconocer que lo que deberíamos tomar por comedia, entre todos, nosotros incluidos, hemos permitido que se transformase en drama por mucho que neguemos verlo ¡ Pobres!

Jesús(defrijan)

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