El gato
de Garcilaso
En Toledo hubo una vez en que a mis manos llegó el relato de
la existencia de un gato callejero, mundano y libre que pasaba sus horas
deambulando de rincón soleado a portal entreabierto. Su día a día lo escribía
entre renglones de subsistencia sin plantearse jamás un peldaño más alto en su
condición animal.
Pero la venturosa jornada
en la que sus pisadas cruzaron del embarcadero del Tajo a Zocodover
oyó recitar en el solaz de la
Vega el más hermoso manifiesto de amor que nunca hubiese imaginado. Hablaba de
cómo el gesto de la amada se escribió en el
alma del vate y de cómo la vida sin ser compartida con ella carecía de
sentido. Hablaba de cómo esclavizarse a la norma mientras nos esclaviza el deseo. Hablaba de cómo el Amor es el verdadero
autor de cualquier verso que le busca como destinatario. Tenía la impronta
renacentista que le daba forma al humanismo del literato soldado y caballero. Y
en él se hicieron eco la Sinagoga, la
Catedral y el puente de Alcántara prestando luces y sombras a semejante
desdichada fortuna.
Así, el felino en cuestión, tomó por norma presentarse todas
las noches puntualmente a la cita del soneto, de la lira, de la dicha, de la
esperanza, que traspasaban los muros de los recios edificios y llenaba de plata el cielo toledano. Memorizó
poemas y en su camino de regreso, el ritmo de su recitado, tamborileaba los
adoquines de las empinadas callejuelas.
Cierto día aciago, y tras varias e innumerables jornadas de
espera, llegó la noticia del luctuoso
fin terrenal de aquél que puso sello a lo más sublime. La congoja se apoderó de
él y vagó perdido, desorientado, más callejero que nunca, tan disperso como
siempre. Aquel que le sirvió de guía y modelo se dejó guiar por la desesperanza
de no alcanzar la dicha deseada. Se llevó a morir como soldado mientras renacía
a la Eternidad como poeta.
Hasta que resolvió enmudecer a las penas y él, gato callejero, él que nunca tuvo líricas
inquietudes, decidió imitar a quien logró transportarlo a las emociones
dormidas.
Dice aquellos que rondan
en la noche por las inmediaciones de San Pedro Mártir, prestando
atención cuando el silencio vence al ruido, cuando el Tajo perfila su melodía,
escuchan el recitar maullado de un nuevo soneto.
Mientras, desde el interior de la capilla, un gesto de
aprobación emerge de entre las sombras.
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