El enfado
Ese estado de ánimo que nos cambia el rictus y eriza los
poros cada vez que algo inesperado nos perturba. Y casi siempre lo hace después
de haber estirado la cuerda del aguante tanto como pudimos para impedir su
rotura. Una vez que el horizonte del Colmo se empieza a vislumbrar, el Enfado calienta motores y se
dispone a salir del garaje en el que dormía
plácidamente. Y no será porque no ha tenido motivos para iniciar la ruta. Desde
trabas administrativas hasta falsas esperanzas que no van cumpliendo, desde
traiciones inesperadas hasta decepciones sorprendentes. Todo ha ido contribuyendo
a su despertar por más que su siesta creamos eterna. Los ojos se alargan, la frente
se arruga, la cabeza se inclina y el volcán interior está a punto de entrar en
erupción para soltar toda la lava incandescente. Puede que los receptores del
Enfado no acaben de entender tal reacción y piensen que es producto de una mala
noche previa o de alguna minucia a la que no dar importancia. No, no, esa rabieta
infantil ya duerme en el baúl de los años. Se trata de hacerles entender que el
mojón que acaba de colocarse en la cuneta de tu carretera marca un punto kilométrico
llamado Hartazgo. Y de nada servirán rectificaciones posteriores. Esos mojones
se afianzan a modo de columnas corintias con hojas de acanto llamadas repudio y
sustentan a la cornisa que se creía
inmune. Por eso lo mejor que podemos hacer ante esa posibilidad es medir la
tensión que provocamos en quien estiramos. No servirá intentar unir lo que se
haya deshilachado si hemos traspasado el límite. O bien el perdón vendrá desde
la caridad sin convencimiento o bien no llegará de ningún modo. En ambos casos
será inútil el intento de anular lo ya
dicho o hecho. El libre albedrío dicta a veces desde el impulso y quizá
necesita de las bridas de la contención, por más deseos de picar espuelas que
tengamos. Y que nadie piense que esto es un alegato al viento tan inservible
como quejumbroso. Una vez traspasada la frontera, el Enfado se torna en cariátide
de bronce inmune al perdón. Desde este mismo instante, empiezo a hacer limpieza
e intento amasar mi paciencia para no
darme la razón al releer lo anterior. De
cualquier forma, será imposible modificar las señales si aparece de nuevo, y
quien mire bien, las observará. Ya depende de él actuar de un modo u otro.
Jesús(defrijan)
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