lunes, 22 de junio de 2015


Limpieza

Reconozco que la necesidad de limpiar es directamente proporcional al tiempo que vamos dilatando el hecho y que llegado el verano surge de repente. Que si encalar paredes, que si cambiar armarios, que si remover cajones; todo encaminado a un cambio de aspecto tan saludable como necesario. Pero a lo que no suelo acostumbrarme es a la limpieza de estanterías ocupadas por libros que no siempre han merecido unos minutos de atención. Han permanecido a la espera del curioso lector y el tiempo les ha ido sacando de su engaño sin consideración alguna. En el mejor de los casos, el plástico tuvo la gentileza de separarse de la cubierta y consiguió encender la esperanza de ser leído. Poco a poco trascurrieron los años y el olvido fue su compañero. Y entonces, racionalizando la practicidad al pairo de las nuevas tecnologías con sus soportes digitales, saben que su fin está cerca. Son como esas tiendas de antaño que intentan subsistir con sus mostradores de madera intentando no ver su caducidad. Y allí están ellos, los libros no leídos, ignorados, menospreciados. En ellos el autor depositó algo suyo y a nadie interesó aunque así no lo soñase la rúbrica de su ilusión. Así, el brazo ejecutor que el trapo y el espray  anuncian se viste de verdugo y los encamina a la pira del adiós. Ya poco importa si la trituradora hará añicos aquel resultado de la linotipia que con un poco de suerte acabará siendo reutilizado. De nada servirá el callado lamento del índice que sabe vencedora a la página del epílogo. Su vida fue tan efímera como la pena capital a la que se ha visto condenado decida que lo sea. Esa catarsis que la falta de espacio ha potenciado los dirige en la más cruenta de las procesiones  de las que la piedad no ha oído hablar jamás. Quiero pensar que el trígono vital que el autor soñó hace años se cumplió y que a la plantación del árbol, le siguió  a la perpetuación de su propia sangre y el nacimiento de esta obra que ahora ve su final.  Sea pues, si así ha de ser. Pero si la misericordia ante el último deseo que todo reo merece  logra hacerse un hueco en sus últimas horas, pediré en su nombre un “gracias” que al menos consuele el dolor de ese adiós definitivo que epitafia el olvido.

Jesús(defrijan )

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