Triángulo de verbos
Como muestra de equilibrio siempre buscó la tríada de vértices
sobre la que trazar los límites de su vida. Las líneas que acotaban el trayecto
de uno a otro eran tan rectas que no era necesario buscarle fisuras por las que
intuir temblores en el trazado. Poder, Deber y Querer eran los nombres de aquellos
puntos que suponían el principio y fin del trazo y la apertura angular de cada
uno dependía de las razones que para sí guardaba como preciado tesoro. De modo
que la forma del triángulo venía determinada por el caprichoso tiempo que se
encargaba de alargar más o menos la longitud separadora entre cada vértice y
por lo tanto la mayor o menor amplitud de los ángulos ahí residentes. Nada era
capaz de hacer que esa línea variase su trayectoria si en alguna circunstancia
el modo de conjugar a cualquiera de esos verbos dejaba de tener sentido. Era
como si aquella santísima trinidad que formaban volviese a manifestarse como
dogma al que aceptar sin más posibilidad de explicación. Pero lo más palpable
de todo esto no era que actuase así por egoísmo, desprecio o menoscabo, no; lo
más palpable resultaba ser el hecho de aceptar en los demás ese mismo trazo poligonal a la hora de admitir sus
actuaciones. Bastante tenía con intentar
que admitiesen la suya como para buscar respuestas en la de otros. Por eso, y
de ello dan fe quienes le conocen bien, de nada valdrá empeñarse en lo que él
no pueda, no deba o no quiera aceptar. Su tesón está basado en el granito que
se vuelve inmune a cualquier erosión por más fuerza que lleve el viento
empeñado en convertirlo en alguien que no es. Es curioso comprobar cómo el
triángulo es el único polígono que carece de diagonales. Ni las tiene ni las
tendrá nunca porque no le hacen falta. De nada servirá flexionar un lado para
procurar situar otro vértice que permita la existencia de las mismas; de nada
servirá intentar doblegar cualquiera de sus lados; de nada servirá adherirse a
un polígono que se sitúa como una montaña resbaladiza imposible de coronar. A
una montaña se la contempla y se la deja tranquila, por más intentos de escalada
que se tengan. Lo más probable es que si
nos empeñamos en coronarla, el vértice de la misma llamado Querer se cubra de
hielos sucesivos y la caída sea estrepitosa. Mejor será aceptar que la base de
la misma reposa en un valle entre los extremos
del Deber y del Poder y eso le da
solidez a la vez que señala un camino por el que bordearla.
Jesús(defrijan)
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