jueves, 1 de octubre de 2015


    Triángulo de verbos

Como muestra de equilibrio siempre buscó la tríada de vértices sobre la que trazar los límites de su vida. Las líneas que acotaban el trayecto de uno a otro eran tan rectas que no era necesario buscarle fisuras por las que intuir temblores en el trazado. Poder, Deber y Querer eran los nombres de aquellos puntos que suponían el principio y fin del trazo y la apertura angular de cada uno dependía de las razones que para sí guardaba como preciado tesoro. De modo que la forma del triángulo venía determinada por el caprichoso tiempo que se encargaba de alargar más o menos la longitud separadora entre cada vértice y por lo tanto la mayor o menor amplitud de los ángulos ahí residentes. Nada era capaz de hacer que esa línea variase su trayectoria si en alguna circunstancia el modo de conjugar a cualquiera de esos verbos dejaba de tener sentido. Era como si aquella santísima trinidad que formaban volviese a manifestarse como dogma al que aceptar sin más posibilidad de explicación. Pero lo más palpable de todo esto no era que actuase así por egoísmo, desprecio o menoscabo, no; lo más palpable resultaba ser el hecho de aceptar en los demás ese mismo trazo  poligonal a la hora de admitir sus actuaciones.  Bastante tenía con intentar que admitiesen la suya como para buscar respuestas en la de otros. Por eso, y de ello dan fe quienes le conocen bien, de nada valdrá empeñarse en lo que él no pueda, no deba o no quiera aceptar. Su tesón está basado en el granito que se vuelve inmune a cualquier erosión por más fuerza que lleve el viento empeñado en convertirlo en alguien que no es. Es curioso comprobar cómo el triángulo es el único polígono que carece de diagonales. Ni las tiene ni las tendrá nunca porque no le hacen falta. De nada servirá flexionar un lado para procurar situar otro vértice que permita la existencia de las mismas; de nada servirá intentar doblegar cualquiera de sus lados; de nada servirá adherirse a un polígono que se sitúa como una montaña resbaladiza imposible de coronar. A una montaña se la contempla y se la deja tranquila, por más intentos de escalada  que se tengan. Lo más probable es que si nos empeñamos en coronarla, el vértice de la misma llamado Querer se cubra de hielos sucesivos y la caída sea estrepitosa. Mejor será aceptar que la base de la misma reposa en un valle entre los extremos  del  Deber y del Poder y eso le da solidez a la vez que señala un camino por el que bordearla.      

Jesús(defrijan)

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