miércoles, 1 de octubre de 2014


     A ti, por ti, para ti

Buscaba en los recónditos huecos a aquel que tantos años le vistiese con la peregrina idea de lanzarlo a volar como sueño perenne. Había acumulado tantos tabiques en su alma que el laberinto que siempre creyó ser capaz  de atravesar, se había convertido en un imposible. La vaguedad asfaltaba  su camino y dejaba un poso de desilusión entre los alquitranes que tiznaban su existencia. Recurrió al abrazo de los paraísos artificiales para rescatar al náufrago que navegaba en él, pereciendo con él en el intento de sobrevivir. Era feliz, se mentía, y la plenitud la conseguía en el autoengaño que al viento proclamaba como trovador de insatisfacciones. Y aquel que pensó en su propio precipicio, en su continua caída, aquella madrugada encontró en el alféizar de sus sueños lo que tanto esperó. Un soplo de risas como viento fresco le devolvió a la primavera que hace tiempo olvidara en el cajón de la desilusión. Recobró la fe en sí desde la creencia en una nueva oportunidad. Tomó de nuevo los hábitos perdidos y pidió clemencia a las falanges que tanto extrañaban sus caricias  Del oscuro rincón renació aquella silueta que tantos desahogos proporcionase y las horas le volaron en el intento de recuperar el tiempo que había malgastado en pausas no creíbles. Vino a él  aquella imagen rescatada del olvido y en ese mismo instante, cuando la tarde de otoño le prestó sus ocres,  el pentagrama comenzó a crecer. No hubo rectificaciones por no ser necesario rectificar aquella lava que fluía sinceridades. Tantas melodías compuestas para complacer a otros dejaban de sonar por verse tildadas de falsas ante la que estaba a punto de ver la luz. Los versos se disputaban con los acordes la impronta de su presencia para ser testigos de tanta pasión encelada. Cruzó el umbral de las horas como poseso irredento ante la propia imagen que nadie  sería capaz  de tintar de locura. Supo, desde el reflejo que  le vino, que aquella sería la destinataria y dueña de su legado por más que otros solitarios acompañados intentasen adueñársela para sí. Apagó la última colilla al tiempo que sonreía sabiéndose feliz. Abrió un segundo paquete, y a la tenue  luz de  la cerilla la nombró. Vino a sumarse el chapoteo de las aceras a su felicidad y con el ascenso de las primeras persianas descendieron  sus acordes para fugarse en su busca. Empezaba a amanecer y en los amarillos somnolientos creyó distinguir un guiño de complicidad. Tan lejos como la distancia marca, tan cerca como la pasión reduce, una cafetera silbaba una melodía que logró despertar una sonrisa a quien no supo explicarse los motivos.        

 

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