martes, 1 de diciembre de 2015


Florencia (capítulo III) A la mañana siguiente

Entre brumas y rayos luminosos nuestros pasos sortearon las calles hasta El Duomo. Visita obligada a la catedral en cuyo subsuelo las criptas hablan de antepasados presentes y sobre los que la inmensidad de la cúpula eleva creencias. Un cuadro en uno de los laterales homenajea a Dante y la fusión de blancos con verdes realza la hermosura del conjunto. Unas calles más allá, la Academia. Y en ella, a modo de receptor supremo, David. Hermoso como pocos sustentando todo el peso de su belleza sobre uno de sus pies y hablando a las claras de la genialidad autora de Miguel Ángel. A ambos lados, salas repletas de cuadros y el taller donde los aprendices tuvieron que sortear el gozo de ser alumnos privilegiados con la tristeza de no ser capaces de superar al maestro. Esculturas funerarias en las que las simetrías hablaban del Renacimiento y las medio terminadas  como sello de un resultado tan provechoso como digno de lástima. De nuevo a la calle y sumándose a la oferta una librería que mostraba la genialidad total desde la vertiente de Vinci. Obras precursoras de los artilugios navales o aéreos que sólo Leonardo fue capaz de anticipar siglos antes de su puesta de largo y ante los que el asombro de la mediocridad de cualquier mente se postra para rendirle reverencia y así se hizo. Minutos después el olor a cueros repujados llegando desde el Mercado de la Paja mostrando el lado cosmopolita que todo el Mediterráneo ofrece más allá de las fronteras trazadas por miedos. Y al otro lado del río, el Palacio Pitti en el que caminar atropelladamente  entre el gentío ansioso de empaparse de arte.  La joyerías abiertas sobre el puente y en ellas la cruda realidad de saberlas fuera de tu alcance. Y metros más a la izquierda, los Uffizi  dejando clara la idea de dónde estábamos y del acierto tenido al elegir semejante destino. Arte sobre arte envuelto en arte capaz de sobrepasarte como una apisonadora y dejarte sin aliento. Salir de allí con la sensación de haberte perdido en la inmensidad del tiempo y haber nacido en la época equivocada fue todo uno. Las puertas cerradas de la iglesia de la Santa Cruz nos evitaron sucumbir definitivamente a la vez que nos mostraban el reclamo a una nueva visita. Cincuenta años esperando habían valido la pena y el billete de regreso llevaría impresa una nueva fecha de retorno a quien desde ya, se hizo inolvidable.   

Jesús(defrijan)

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