El asno de oro embrujado
La tarde se prestaba a contabilidades ya contadas y
recontadas y la fortuna quiso hacer coincidir a ambos espectáculos. Por un lado
los sempiternos triunfadores por más pérdidas que obtengan luciendo derecho a
seguir en el púlpito y por otro la grandeza de la escena teatral de la mano de
Rafael. En esta ocasión para dar vida a la obra clásica en la que Lucio, miembro de la aristocracia romana, es
testigo de las miserias que rodean a los de casta inferior en base al abuso de
los de siempre. Y todo desde la piel de un asno en el que se metamorfosea para
disimular su espionaje. No entraré en mayores detalles que están al alcance de
quienes quieran disfrutar de la ironía que rezuma toda picaresca desde el
clasicismo. Simplemente me ceñiré al acto
teatral para volver a rendirme ante quien es capaz de manejar a su antojo los
silencios de la sala. Allí, sobre un lienzo rojo como pavimento, acompañado de
un violinista cómplice, apareció El Brujo. Vestido de chaqué crudo como
queriendo darle más realismo a la piel del onagro y calzando por herraduras
unas babuchas piscineras a juego abrió el elixir de las esencias ante todos
nosotros. A las primeras carcajadas siguieron otras que brotaban de la
inmediata reflexión nacida del tira y afloja entre ambos. Allí, bajo los focos,
el tiempo volaba hacia atrás para regresar al instante y dejar ese poso de amargura en quienes veíamos
virtudes hacinadas y vicios exaltados como de costumbre. Era como si se
hubieran puesto de acuerdo los dioses para hacer girar la rueda del infortunio
sin pausa ni permiso a la esperanza. Sobre su voz se añadían aditivos al
condimento a degustar llamado desencanto y las risas comenzaban a tintarse de
grises. Patricias que ejercían de patronas ennegreciendo sus labios a base de
cicuta que las señalaba como sacerdotisas de un templo llamado clasicismo.
Llantos risueños desde las bambalinas teñidas de canas en las que la
complicidad no venía de la mano soez del chiste fácil, sino más bien del
brindis al sol de quien ya ha visto demasiadas puestas del mismo y sigue sin
desesperar ante un nuevo día. Unas poses animales en las que con su simple
parpadeo, con su pose hierática de asno dócil con su destino, daba una lección
de ser que a muchos nos logró sonrojar en la oscuridad de la sala. No pude por menos que desviar la vista hacia
la testuz de quienes aplaudíamos al finalizar la obra y allí comprobé cómo dos apéndices
auriculares sobresalían a ambos lados de nuestras caras. Minutos después, la
radio rebuznó los resultados.
Jesús(defrijan)
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