Escenas de la vida conyugal
Como si una catarsis se precisase a modo de espejo en el que
mirarse, la sala se pobló de parejas. Todas con la callada intención de
descubrir en el escenario el resumen de sus miserias cotidianas que se suelen
diluir entre las miserias de los prójimos para así hacerlas menos dolientes.
Esos problemas del día a día puestos en la piel de aquellos cómicos llamados a
actuar para deleite del patio de butacas que busca árnica desde las filas de
fieltro. Y ellos dos, Ricardo Darín y Érica Rivas, dando vida a las idas y venidas que
toda convivencia acarrea y enclaustra entre los muros de una fortaleza llamada
matrimonio. La profesionalidad de ambos fluctuando entre la histeria de uno y
la practicidad del otro a la hora de dramatizar del modo menos dañino el desgaste que ello conlleva. Listas
interminables de tics en los que verse retratado y constantes idas y venidas de
la risa fácil al dramatismo poco entendido por quienes seguían riendo en base a
su propia estupidez desde unas meninges cerradas al intelecto. Demasiados
saltos en el tiempo que acabaron por acelerar hasta el borde de un precipicio
llamado desilusión a un argumento tan manido como previsible en su final. La
condena a quien decide soltar amarras y dejarse llevar por la pasión y la
recompensa hacia quien demuestra firmeza en sus ideales por muy mediocres que
resulten en un acto supremo de quedar bien con el orden establecido para no
provocar el derrumbe de las columnas de un templo llamado desilusión estucado
de falsedades. Poco importaba que la
escena careciese de decorado pomposo cuando la tristeza se plasmaba en los
reproches que tantas veces se callan y acaban formando un engrudo de detrito
difícil de eliminar. Allí, tras los focos de la mediocridad, los verdaderos
actores estaban sentados mientras disimulaban su tristeza. Alguien sobre unos
folios había sentenciado a quienes creyeron eterno el sabor a primavera y se
negaban a reconocerlo. Como acta notarial
sin firmar, un acuerdo de divorcio con la vida elegida racionalmente que
la emoción se negaba a rubricar y que las escenas sucesivas convirtieron en un
tiovivo de decepciones. Esperaba más, mucho más, bastante más que un simple
reflejo atropellado de mil situaciones
cotidianas en las que los tópicos buscaron el papel de protagonistas.
Solamente al salir, el silencio reinante
dio fe del éxito de la obra. Habían
puesto el dedo en la llaga y no era necesario añadir más comentarios. Quien no
tenga espejos en casa en los que mirarse o hace tiempo que no les da lustre,
que no se la pierda. Al resto les sugiero justo lo contrario.
Jesús(defrijan)
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