domingo, 6 de diciembre de 2015


       Escenas de la vida conyugal

Como si una catarsis se precisase a modo de espejo en el que mirarse, la sala se pobló de parejas. Todas con la callada intención de descubrir en el escenario el resumen de sus miserias cotidianas que se suelen diluir entre las miserias de los prójimos para así hacerlas menos dolientes. Esos problemas del día a día puestos en la piel de aquellos cómicos llamados a actuar para deleite del patio de butacas que busca árnica desde las filas de fieltro. Y ellos dos, Ricardo Darín y Érica Rivas, dando vida a las idas y venidas que toda convivencia acarrea y enclaustra entre los muros de una fortaleza llamada matrimonio. La profesionalidad de ambos fluctuando entre la histeria de uno y la practicidad del otro a la hora de dramatizar del modo menos  dañino el desgaste que ello conlleva. Listas interminables de tics en los que verse retratado y constantes idas y venidas de la risa fácil al dramatismo poco entendido por quienes seguían riendo en base a su propia estupidez desde unas meninges cerradas al intelecto. Demasiados saltos en el tiempo que acabaron por acelerar hasta el borde de un precipicio llamado desilusión a un argumento tan manido como previsible en su final. La condena a quien decide soltar amarras y dejarse llevar por la pasión y la recompensa hacia quien demuestra firmeza en sus ideales por muy mediocres que resulten en un acto supremo de quedar bien con el orden establecido para no provocar el derrumbe de las columnas de un templo llamado desilusión estucado de falsedades.  Poco importaba que la escena careciese de decorado pomposo cuando la tristeza se plasmaba en los reproches que tantas veces se callan y acaban formando un engrudo de detrito difícil de eliminar. Allí, tras los focos de la mediocridad, los verdaderos actores estaban sentados mientras disimulaban su tristeza. Alguien sobre unos folios había sentenciado a quienes creyeron eterno el sabor a primavera y se negaban a reconocerlo. Como acta notarial  sin firmar, un acuerdo de divorcio con la vida elegida racionalmente que la emoción se negaba a rubricar y que las escenas sucesivas convirtieron en un tiovivo de decepciones. Esperaba más, mucho más, bastante más que un simple reflejo atropellado de mil situaciones  cotidianas en las que los tópicos buscaron el papel de protagonistas. Solamente  al salir, el silencio reinante dio fe del  éxito de la obra. Habían puesto el dedo en la llaga y no era necesario añadir más comentarios. Quien no tenga espejos en casa en los que mirarse o hace tiempo que no les da lustre, que no se la pierda. Al resto les sugiero justo lo contrario.

 

Jesús(defrijan)     

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