lunes, 7 de diciembre de 2015


VENECIA (capítulo II): Las islas

De entre el más de un centenar de islas que conforman  Venecia, la  ruta obligatoria incluyó a Murano,  Burano, Lido y Torcello. Surcando las aguas el vaporetto  se encarga de trasladarnos a cada una de ellas y encontrarnos con la esencia primigenia de Torcello bajo su vestimenta románica en la que se adivinan las oraciones bajo los claustros porticados. De frente hemos disfrutado del policromismo  que Murano aporta a sus cristales desde los tubos que inflan a los pulmones capaces de exhalar bellezas. Las fraguas a pleno rendimiento para dejar constancia de la creatividad eólica antes incluso de que la creatividad cobre vida más allá de la imaginación del soplido  que las hace suyas. Auténticas filigranas que irradiarán reflejos a modo de luminarias en las estancias que las adopten como afortunadas víctimas sobre la soga del recuerdo luminoso. Y más allá, los caballitos rampantes, los payasos con la mirada tristemente alegre y   todo tipo de motivos decorativos basados en el recuerdo que regresará con nosotros camino de Burano. Allí, un nuevo campanile inclinado hablará de movimientos sísmicos capaces de vencer a la verticalidad sin llegar a derrotarla por más empeño que ponga en semejante tarea. Todo esto acariciando al canal por el que las infinitas variedades de las fachadas pintadas hablarán de apellidos sin necesidad de mencionarlos. Barcas que regresarán con los frutos del mar dispuestas a dejarse vaciar mientras desde los escaparates los encajes compiten en atención con las capas negras que darán lustre a los dignatarios pretéritos venidos al presente en la bufonada anual. Y más allá, la alfombra roja enrollada a la espera de unirse a la fiesta del cine sobre las arenas del Lido. Un nuevo visionado de aquella obra imprescindible que Thomas Mann pariese y que Luchino Visconti  convirtiese  en arte y que habla de la caducidad del ser y la inmortalidad del deseo por la belleza de la mano de un atribulado Dirk Bogarde que perece en sus arenas como clon del desespero. Un regusto amargo que quedó a popa sabiendo que tal destino sólo lo logra evitar la visión alegre de la vida más allá de los sinsabores,  más allá de las esperanzas baldías, más allá de las ilusiones perdidas en el tiempo. Caía la noche y la silueta de la Catedral volvía a ofrecerse a nuestros ojos. La Plaza se convirtió en un hormiguero y la multitud fue ocupando su puesto no asignado bajo el atuendo que hablaba de vísperas. Sobre el arco celeste, un hilo funicular aguardaba su turno.  

Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario