martes, 15 de diciembre de 2015


      Ave María Purísima; sin pecado concebida.

Ese era el prefacio de aquellas confesiones en las que los pecados transitaban entre las celosías de los labios a los tímpanos. Era como si un salvoconducto nos fuese exigido como paso previo a ser redimido de toda mácula que cerraría el paso a la Gloria de la Vida Eterna si no nos habíamos desprendido de las garras de Belcebú. Y con toda la candidez del mundo soltábamos por la boca aquello que era o sospechábamos  como pecado. No es que estuviésemos rodeados de centinelas con sotanas a los que temer, pero sí que ante su sola visión, un rápido repaso a nuestra conciencia se hacía preciso por si nos pillaban en renuncio. De hecho no nos quedaba tiempo para sospechar de aquellas cuyo parentesco las hacía próximas a los centinelas de la virtud y dábamos por válida su dedicación al cuidado de aquellos santos varones coronados de tonsuras. Nadie osaba  poner en tela de juicio el amor filial que se profesaban y para muchos de nosotros, las urgencias del bajo vientre no tenían hueco en semejantes ejemplos de castidad. Ya con el tiempo empezamos a sospechar de cuanta crueldad implicaba hacia la propia naturaleza animal  este abnegado rechazo a la carne y todo seguía su curso. Incluso llegó a importarnos bien poco más allá del consabido “padre de todos y marido de ninguna” con los que se solía bromear a  su costa y de ahí no pasaba. Por si acaso, sólo por si acaso, de nuevo el refranero acude con su  “nunca digas de esta agua no beberé ni este cura no es mi padre”, a poner un interrogante sobre el buró.  Hasta que los capelos se han puesto al mundo por montera, nunca mejor dicho, y como una revisión del famoso  serial “Pájaro espino” aquí se han desatado los cíngulos y alzado las casullas. Que una Eminencia abra las puertas de su Palacio a la propia secretaria a horas intempestivas no hay duda a qué responde. Indiscutiblemente los informes  quedaron por redactar y los designios divinos no admiten tregua. Horas extras no cobradas con más óbolos que el “dios te lo pague” que tanto nos suena a los que tenemos ya una edad. Una muestra de profesionalidad por parte de la mecanógrafa  que a base de sueño cumple con su deber sea a la hora que sea.  Una prueba irrefutable de predicamento por parte de monseñor que demuestra un celo extremo por el cumplimiento de su misión pastoral. Una corroboración plena de cuanto significa el acto de confesión sin más penitencia que el paso de las horas hacia el nuevo día. Sólo a un astado caprino se le ocurriría pensar en algo más abyecto basándose en suposiciones. Puede que cuando hizo cola ante el confesionario  en sus años púberes  en algún momento de la genuflexión le asaltase la duda sobre los poderes de aquel que se sentaba dentro a la hora de redimirlo. Sea como fuere, hay que reconocer una  evidencia. Si ya de por sí duelen los apéndices craneales cuando te coronan, que además lo haga quien sigue atribuyendo a una paloma la santidad de un espíritu, la verdad, resulta demasiado cruel. Sea cuál sea el resultado final conviene recordar que las corridas ya no se consideran en muchos sitios fiestas nacionales; y las de toros, tampoco.

Jesús(defrijan)        

No hay comentarios:

Publicar un comentario