VENECIA (capítulo I): El Rialto
La noche esparcía lloviznas y desde la terminal
emprendimos entre sombras el desplazamiento hacia el hotel Rialto. No sé si la
elección fue un acto casual o si las reminiscencias a tiempos pasados nos llevaron a ello. Justo a la caída de uno
de sus puntos de apoyo se encuentra dando testimonio de épocas en las que lució
como único puente que sobrevivió a incendios al reconstruirse para seguir
uniendo partes de un canal empeñado en dividir lo indivisible. El trayecto
semejaba un remake de aquel film en el que un expresidiario acosa a la familia de un letrado que lo
condujo a la cárcel y entre bamboleos sobre las aguas dormidas la persistente
lluvia no acompañó en el trayecto por el Gran Canal. Venecia no dormía;
sencillamente reposaba en las vísperas del Carnaval y recobraba fuerzas para enfrentarse a lo que la Cuaresma
condena en un acto cíclico de repudio por el placer. Tomamos posesión a través
de las escalinatas que hurgaban en el interior y nos dispusimos a atravesar las
callejuelas sorteando puentes y compartiendo viandantes hacia la plaza del
evangelista. Allí competían los vendedores callejeros entre sí ofertando todo
tipo de atuendos a quienes sintiésemos la necesidad de enmascararnos para la
ocasión. Así lo hicimos y cubiertos con el preceptivo capelo y el antifaz
oportuno supimos engañar como solo engaña la ilusión a nuestra propia imagen.
De pronto aparecieron alrededor viajeros de allende las fronteras atlánticas y
solicitaron la prueba fotográfica precursora del selfie a la que gustosos nos ofrecimos. Nada más
acabar comprobamos cómo era preceptivo dar las gracias a quienes se habían
dignado a seleccionarte como muestra carnavalesca; justo al revés de lo que
suele ser norma como más adelante comprobaríamos. El Campanile, la Catedral de San Marcos, el reloj, el
Adriático, todo nos daba la bienvenida y en uno de los costados de la plaza, el
catafalco adornado con todos los productos de la tierra diseñando un Jardín de
la Alegría hermosísimo vigilado por el
león guardián de la ciudad. Los contornos acompañando el decorado y la ilusión
plena como telón de fondo a lo que nos esperaba en los días sucesivos. Las góndolas amarradas descansaban de su
jornada y entre las sombras se adivinó la silueta de Casanova que emprendía su
vuelo nocturno en pos de la conquista que tanta fama le diese y tantas envidias
sigue despertando. No había bocina alguna que fuese capaz de perturbar el
silencio que en breves horas se mutaría en bullicio.
Jesús(defrijan)
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