viernes, 4 de diciembre de 2015


VENECIA (capítulo I): El Rialto

La noche esparcía lloviznas y desde la terminal emprendimos entre sombras el desplazamiento hacia el hotel Rialto. No sé si la elección fue un acto casual o si las reminiscencias a tiempos pasados  nos llevaron a ello. Justo a la caída de uno de sus puntos de apoyo se encuentra dando testimonio de épocas en las que lució como único puente que sobrevivió a incendios al reconstruirse para seguir uniendo partes de un canal empeñado en dividir lo indivisible. El trayecto semejaba un remake de aquel film en el que un expresidiario  acosa a la familia de un letrado que lo condujo a la cárcel y entre bamboleos sobre las aguas dormidas la persistente lluvia no acompañó en el trayecto por el Gran Canal. Venecia no dormía; sencillamente reposaba en las vísperas del Carnaval y recobraba  fuerzas para enfrentarse a lo que la Cuaresma condena en un acto cíclico de repudio por el placer. Tomamos posesión a través de las escalinatas que hurgaban en el interior y nos dispusimos a atravesar las callejuelas sorteando puentes y compartiendo viandantes hacia la plaza del evangelista. Allí competían los vendedores callejeros entre sí ofertando todo tipo de atuendos a quienes sintiésemos la necesidad de enmascararnos para la ocasión. Así lo hicimos y cubiertos con el preceptivo capelo y el antifaz oportuno supimos engañar como solo engaña la ilusión a nuestra propia imagen. De pronto aparecieron alrededor viajeros de allende las fronteras atlánticas y solicitaron la prueba fotográfica precursora del selfie  a la que gustosos nos ofrecimos. Nada más acabar comprobamos cómo era preceptivo dar las gracias a quienes se habían dignado a seleccionarte como muestra carnavalesca; justo al revés de lo que suele ser norma como más adelante comprobaríamos. El Campanile,  la Catedral de San Marcos, el reloj, el Adriático, todo nos daba la bienvenida y en uno de los costados de la plaza, el catafalco adornado con todos los productos de la tierra diseñando un Jardín de la Alegría  hermosísimo vigilado por el león guardián de la ciudad. Los contornos acompañando el decorado y la ilusión plena como telón de fondo a lo que nos esperaba en los días sucesivos.  Las góndolas amarradas descansaban de su jornada y entre las sombras se adivinó la silueta de Casanova que emprendía su vuelo nocturno en pos de la conquista que tanta fama le diese y tantas envidias sigue despertando. No había bocina alguna que fuese capaz de perturbar el silencio que en breves horas se mutaría en bullicio.    

Jesús(defrijan)

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