jueves, 17 de diciembre de 2015


París ( capítulo III)

Las inmediaciones de Notre Dame volvieron a ser tan acogedoras como años antes y al carrusel circulatorio se le habían añadido las innumerables bicicletas que por sus adoquines transitaban. Todo permanecía igual que lo recordaba y en constante evolución hacia el sempiterno chovinismo del que sigue haciendo gala y no inmerecida. Esta vez, para dar cumplida cuenta del tiempo, horadaríamos el subsuelo en busca de los barrios que permanecían impasibles en ese tablero de ajedrez cuyas piezas encajan en un imposible jaque mate. Aún sigo sin entender cómo en la plaza del Arco de Triunfo no se producen los accidentes que se presuponen ante tal acumulación de motores y ausencia total de semáforos. Trocadero ofreciendo la visión del emblema por antonomasia en forma de torre a la que una vez más no accedí. Quizás las vistas desde el Sacre- Coeur ya hablaban por sí solas de la inmensidad de Lutecia y conforme ascendíamos por la escalinata sorteando  a los vendedores ambulantes aparecieron ellos. En un rincón de la escalinata previa a la Basílica, ocho australianos cargados de instrumentos lanzaban a los vientos sus canciones. Banjo, guitarras , flautas, trombones , panderetas, y un sinfín de voces solapadas ofreciendo un eco a las espaldas de los artistas que a base de óleos, acuarelas o tijeras  se vendían al mejor postor. Esta vez renuncié al perfil en negro recortado que tan amablemente me ofrecieron años antes y volví a reconocer al bohemio tocado con bicornio que se soñaba Napoleón tras una vasito de Ricard. Descendimos hacia las zonas en las que el lujo se exhibe sin pudor y dejando atrás a los Inválidos fuimos segmentando al Sena. Montmartre  nos decía adiós desde la certeza de saber que no sería la última vez. Montparnase, Las Tullerias, los jardines de Luxemburgo,  Louvre y  Sant Michel. Aquí aún lloraban los adoquines desde el suelo el fin de la utopía que consiguió derrocar a De Gaulle a base de proclamas libertarias que como siempre sucede fagocitó el egoísmo. Dani el Rojo ya no exhibía sus dotes de líder existencialista y desde las terrazas llegaba un poso de conformismo yaciente. Ni siquiera la presencia de Saint- Jacques animándonos a convertirnos en peregrinos hacia Compostela logró quitar del alma la sensación de derrota. La noche se cernía y el paseo desde el Bateau Mouche supuso una reconfortante suelta a las palomas de los sueños que sólo en Paris son posibles tener.Esta vez Versalles quedaría exenta de una nueva visita. No era necesario regresar a la cuna que dio origen a una imparable Revolución. Ningún  Trianon volvería plantear dudas ya resueltas y sin duda los pasteles que recomendase comer al pueblo hambriento de pan María Antonieta, hacía tiempo que enmohecieron. Al regresar del paseo me pareció oír la voz de Voltaire mofándose de aquellos que todavía siguen esquemas basados en peldaños inamovibles; sería producto del sueño, seguro.    

Jesús(defrijan)

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