París ( capítulo III)
Las inmediaciones de Notre Dame volvieron a ser tan acogedoras como
años antes y al carrusel circulatorio se le habían añadido las innumerables
bicicletas que por sus adoquines transitaban. Todo permanecía igual que lo recordaba
y en constante evolución hacia el sempiterno chovinismo del que sigue haciendo
gala y no inmerecida. Esta vez, para dar cumplida cuenta del tiempo,
horadaríamos el subsuelo en busca de los barrios que permanecían impasibles en
ese tablero de ajedrez cuyas piezas encajan en un imposible jaque mate. Aún
sigo sin entender cómo en la plaza del Arco de Triunfo no se producen los
accidentes que se presuponen ante tal acumulación de motores y ausencia total
de semáforos. Trocadero ofreciendo la visión del emblema por antonomasia en
forma de torre a la que una vez más no accedí. Quizás las vistas desde el Sacre-
Coeur ya hablaban por sí solas de la inmensidad de Lutecia y conforme
ascendíamos por la escalinata sorteando
a los vendedores ambulantes aparecieron ellos. En un rincón de la
escalinata previa a la Basílica, ocho australianos cargados de instrumentos
lanzaban a los vientos sus canciones. Banjo, guitarras , flautas, trombones ,
panderetas, y un sinfín de voces solapadas ofreciendo un eco a las espaldas de
los artistas que a base de óleos, acuarelas o tijeras se vendían al mejor postor. Esta vez renuncié
al perfil en negro recortado que tan amablemente me ofrecieron años antes y
volví a reconocer al bohemio tocado con bicornio que se soñaba Napoleón tras
una vasito de Ricard. Descendimos hacia las zonas en las que el lujo se exhibe
sin pudor y dejando atrás a los Inválidos fuimos segmentando al Sena.
Montmartre nos decía adiós desde la
certeza de saber que no sería la última vez. Montparnase, Las Tullerias, los
jardines de Luxemburgo, Louvre y Sant Michel. Aquí aún lloraban los adoquines
desde el suelo el fin de la utopía que consiguió derrocar a De Gaulle a base de
proclamas libertarias que como siempre sucede fagocitó el egoísmo. Dani el Rojo
ya no exhibía sus dotes de líder existencialista y desde las terrazas llegaba
un poso de conformismo yaciente. Ni siquiera la presencia de Saint- Jacques
animándonos a convertirnos en peregrinos hacia Compostela logró quitar del alma
la sensación de derrota. La noche se cernía y el paseo desde el Bateau Mouche
supuso una reconfortante suelta a las palomas de los sueños que sólo en Paris
son posibles tener.Esta vez Versalles quedaría exenta de una nueva visita. No
era necesario regresar a la cuna que dio origen a una imparable Revolución.
Ningún Trianon volvería plantear dudas
ya resueltas y sin duda los pasteles que recomendase comer al pueblo hambriento
de pan María Antonieta, hacía tiempo que enmohecieron. Al regresar del paseo me
pareció oír la voz de Voltaire mofándose de aquellos que todavía siguen
esquemas basados en peldaños inamovibles; sería producto del sueño, seguro.
Jesús(defrijan)
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