sábado, 19 de diciembre de 2015


Hacia Figueras (capítulo V)

La intensidad circulatoria de aquella mañana de viernes vino a verse acompañada por el gris que nos despedía. Ya nos habíamos acostumbrado a los repentinos cambios del cielo y no era de extrañar que los sucesivos estados pidiesen turno. Así que antes de que nos diésemos cuenta estábamos inmersos en los innumerables cruces hacia la única salida que buscaba una ruta hacia el sur. El caos se sumó como invitado no previsto y las cuatro horas primeras se contentaron con cien kilómetros en los que vino a ser una procesión lenta de motores en marcha. Tras no pocos desesperos y adioses a los cruces meridionales de las autovías que buscaban el mar se nos puso de frente el macizo montañoso a modo de rampa descendente sin fin  a la busca de la frontera. Carteles en los que se retrocedía al reloj a aquellos años de visitas a los cines de Perpiñán en busca del   último acorde de aquel tango que tanto sonaba a París. Ni Marlon Brando ni María Schneider lograron encontrar una explicación a aquellas peregrinaciones que competían con Lourdes en busca de devotos hacia sus  santuarios. Tiempos pasados en los que el verde empezaba en Los Pirineos y por dicho verde volábamos sobre pendientes del siete por ciento. Llegué a pensar que amerizaría en la Costa Brava y llegada la noche Figueras se nos mostró. Quedaba toda una jornada por delante para ser testigos de la locura meditada de Dalí como genio pictórico. De modo que a primera hora accedimos a su museo y en él pudimos comprobar cómo a los auténticos maestros se les permiten  y aplauden las excentricidades que les tildan de originales. Cristo crucificado mutándose en Lincoln, cadillacs convertidos en jardines colgantes, labios que invitan a sentarse, relojes fundidos por el paso del tiempo, cuerpos  ajados por la propia naturaleza y ascensiones a los cielos de la imaginación que en mano de cualquier mortal se denominaría como absurda. Y entre todas ellas, la diosa Gala reivindicando su supremacía como musa del artista. Allí la barretina había servido de salvaguarda de unos pensamientos que tomaron forma en la Residencia de Estudiantes aliándose con los fotogramas de Buñuel y las letras de Lorca para dar como resultado final lo que debería ser principio para todos. Dijimos adiós y durante los quinientos finales pasamos revista a todo lo vivido más allá de la cordillera con la intención abierta de regresar cuando el espíritu así lo solicite.   

Jesús(defrijan)

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