Antonio Piedras
Uno nunca se acaba acostumbrando a lo antinatural. Y por más
repetitivas veces que se empeñe en aparecer cuesta aceptar como normal lo que
no debería ser. Últimamente la guadaña se ha empeñado en ocupar un puesto destacado
en el devenir diario y no hay forma de hacerle entender que no es bienvenida.
Sobre todo cuando decide apropiarse de una edad que no es la razonablemente esperada
ni nunca merecida tomar como rehén eterna. Así que he de suponer que una vez más,
Antonio, el bueno de Antonio ha sido incapaz de negarse a una petición por
dolorosa que fuese. Porque si algo era Antonio era bueno. Pero bueno en el más
amplio sentido del calificativo; bueno como compañero, como amigo, como alumno,
como persona en definitiva. Sí, ya sé que muchas veces damos por supuesta a la
bondad como innata al ser humano y que nos e acaba valorando como se merece.
Sólo cuando deja de ser presente es cuando la mencionamos a modo de consuelo en
la búsqueda de otros atributos del finado. Pero este no es el caso, no. Antonio
era el niño siempre dispuesto a socorrer al desvalido aunque en ello le fuese
su propia protección. Pasó en su camino hacia la adolescencia de ser el único vástago
a convertirse en el varón al que siguieron sus hermanas trillizas alas que
tantas veces sacó de apuros. Cientos de veces bromeábamos con él al decirle que
se acabaría convirtiendo en el padrino consentidor de sus futuros sobrinos a
modo y manera de José Luis López Vázquez en “La gran familia”. Y él, en lugar de enfurecerse, sonreía
aceptando tal papel que el destino le tenía reservado. Era un manojo de nervios
que intentaba disimular tras los cristales de sus gafas que no consiguieron jamás esconder la verdad que de sus ojos
nacía. Era el alumno capaz de reconocer cualquier culpa sin haberla realizado
con tal de no contradecir el dictamen de la sospecha. Era, os lo aseguro, un
ser magnífico que supo hacer feliz a quienes lo tuvieron cerca. Por eso,
querido Antonio, aquí me tienes a mí, que tantas veces te planteé problemas,
sin saber encontrar la solución a este último que me pide una respuesta creíble y aceptable ante la incógnita de tu
pronta partida. No creo que la halle y sólo me quedaré con la rúbrica de tu
sonrisa que tan sincera fue y tan sincera perdurará en quienes tuvimos la
fortuna de tenerte. Definitivamente, uno nunca se acaba de acostumbrar a lo
antinatural.
Jesús(defrijan)
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