Carcason: (
capítulo I)
Tras varios cientos
de kilómetros al volante, siguiendo la margen pirenaica
hacia poniente, divisamos Carcason. La
intensidad del tráfico que cruzaba de
parte a parte el sur francés en busca de las costas en el fin de semana no
llegó a retrasar en exceso la llegada y con las primeras luces de la tarde
tomamos posesión. Y allí, dominando a la ciudad crecida a sus faldas estaba
ella, La Fortaleza. El Aude como arteria canalizadora derramaba su cauce
uniendo a ambas partes a través de los arcos que hablaban de historia. Allá a
lo alto, erguida sobre torres cónicas que pespunteaban a la muralla, ejerciendo
de dueña y señora del valle nos recibió. Y en ella los adoquines se fueron
convirtiendo en contadores de pasos al paso de las leyendas que hablaban desde
sus almenas de caballeros medievales batiéndose a duelo contra dragones y demás
especímenes mágicos. Fue como si los
caballeros de la mesa redonda cobrasen vida para seguir siendo paladines de la
justicia universal que sólo en sueños vive. Como si Lanzarote reclamase para sí
el amor de Ginebra y en su lucha interna declinase mostrarse como traidor ante
su rey Arturo. Todo sonaba a magia y el mismísimo Merlín se encargó de hacerla
presente desde los innumerables atuendos que colgaban de las perchas
ilusionantes. Por un momento
sobrevolaron el cielo todo tipo de quimeras que ni siquiera se sintieron
temerosas ante la presencia de las gárgolas vigilantes. Las troneras escrutando
los rostros viandantes una vez traspasada la barbacana en un trasiego incesante
de cámaras digitales inmortalizando el momento. Paso obligado para todo aquel
que sigue creyendo en los valores inmutables que coronan al caballero y que tan
en desuso se manifiestan. No costó demasiado entender el porqué de la doble
muralla. Sin duda el acceso a la Ciudadela
merecía de una insistencia que solo está al alcance de los privilegiados
que se sueñan juglares fuera de tiempo.
Y ya en la bajada a la busca del reposo, la sorpresa final. Oír a tu
costado, a setecientos de distancia, envuelto en risas sorprendentes, mencionar
tu nombre, dejaba a las claras que la casualidad viaja y a veces nos sale al encuentro. Cercanos en el
día a día con los que apenas coincidimos yendo a coincidir en aquel valle
plagado de viñedos para disfrutar de una hermosura llamada Carcason. Sin duda
la vorágine se había encargado de traspasar fronteras para así hacerlo posible.
Sigamos sus consejos.
Jesús(defrijan)
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