lunes, 14 de diciembre de 2015


Carcason:  ( capítulo I)

Tras  varios cientos de kilómetros   al volante, siguiendo la margen pirenaica hacia poniente,  divisamos Carcason. La intensidad del  tráfico que cruzaba de parte a parte el sur francés en busca de las costas en el fin de semana no llegó a retrasar en exceso la llegada y con las primeras luces de la tarde tomamos posesión. Y allí, dominando a la ciudad crecida a sus faldas estaba ella, La Fortaleza. El Aude como arteria canalizadora derramaba su cauce uniendo a ambas partes a través de los arcos que hablaban de historia. Allá a lo alto, erguida sobre torres cónicas que pespunteaban a la muralla, ejerciendo de dueña y señora del valle nos recibió. Y en ella los adoquines se fueron convirtiendo en contadores de pasos al paso de las leyendas que hablaban desde sus almenas de caballeros medievales batiéndose a duelo contra dragones y demás especímenes mágicos. Fue como  si los caballeros de la mesa redonda cobrasen vida para seguir siendo paladines de la justicia universal que sólo en sueños vive. Como si Lanzarote reclamase para sí el amor de Ginebra y en su lucha interna declinase mostrarse como traidor ante su rey Arturo. Todo sonaba a magia y el mismísimo Merlín se encargó de hacerla presente desde los innumerables atuendos que colgaban de las perchas ilusionantes.  Por un momento sobrevolaron el cielo todo tipo de quimeras que ni siquiera se sintieron temerosas ante la presencia de las gárgolas vigilantes. Las troneras escrutando los rostros viandantes una vez traspasada la barbacana en un trasiego incesante de cámaras digitales inmortalizando el momento. Paso obligado para todo aquel que sigue creyendo en los valores inmutables que coronan al caballero y que tan en desuso se manifiestan. No costó demasiado entender el porqué de la doble muralla. Sin duda el acceso a la Ciudadela  merecía de una insistencia que solo está al alcance de los privilegiados que se sueñan juglares fuera de tiempo.  Y ya en la bajada a la busca del reposo, la sorpresa final. Oír a tu costado, a setecientos de distancia, envuelto en risas sorprendentes, mencionar tu nombre, dejaba a las claras que la casualidad viaja y  a veces nos sale al encuentro. Cercanos en el día a día con los que apenas coincidimos yendo a coincidir en aquel valle plagado de viñedos para disfrutar de una hermosura llamada Carcason. Sin duda la vorágine se había encargado de traspasar fronteras para así hacerlo posible. Sigamos sus consejos.

Jesús(defrijan)

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