Valle del Loira: (capítulo II)
Reemprendimos ruta hacia las proximidades del Loira y allá al anochecer
llegamos a las inmediaciones de lo que se suponía una mansión señorial. La
quietud, el silencio roto por el graznido de las ocas encerradas y la penuria
de la senda de acceso hablaba bien a las claras de la equivocación. O el
auxiliar artefacto se había confundido o mis propias manos erraron en le final
de la etapa. Una antepasado de D,Artagnan salió a interesarse por nuestra
inesperada visita y de paso a sacarnos del erro, Cruce de caminos en el que la
suerte nos encaminó a la diestra cuando debió hacerlo a la siniestra para
acceder a la casona en cuestión. Allí se podía aún oler a polvos de pelucas
preguillotinadasy el espíritu de Robespierre lanzaba proclamas de bienvenida
previas al descanso. Nos quedaban para el día siguiente la ampulosidad de
Chambord y no era cuestión de dormir
intranquilos. De modo que tras un reparador descanso y una fe ciega en la ruta
allá que llegamos. Y ante nosotros se alzaba un edificio concebido como
pabellón de cacerías que se exhibía en mitas de los parterres como muestra de
grandeza y poderío. Se apreciaba la mano de los artistas renacentistas y el
paso de sucesivas coronas que lo fueron
a ocupar como residencia en la que la doble hélice de la escalera llevaba la
firma de Da Vinci. Biblioteca plagada de pergaminos y una cúspide en la torre del homenaje a la que acompañaban los tejados
erizados. La torretas, las chimeneas expoliadoras de los bosques, los increíbles tragaluces, todo
lo fuimos dejando atrás en busca de la fantasía. Y esta se llamaba
Ussé. Allí la Bella que inspirase a
Perrault cobraba vida tras la quietud de las escenas en cartón piedra que
hablaban de final feliz. Ni siquiera el hada más malvada que tantas maldiciones
le dedicase logró que dejásemos de soñarnos niños una vez más en aquel marco
exento de otro atributo que no fuese la candidez de creer en la magia. Nuestras
etapas en el Loira tocaban a su fin y en
la cena los vinos y quesos que tanta fama remiten nos proporcionó una despedida
acorde a lo vivido. De cualquier forma, cierto tufo a carne chamuscada en la
hoguera inquisitoria nos empezó a llegar y parecía venir de Orleans. Quizás en
el camino hacia París lograríamos seguir componiendo este puzle de abadías y castillos que marcaban la ruta a la ciudad
luminosa que tanto sabe a libertad, igualdad y fraternidad.
Jesús(defrijan)
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