miércoles, 16 de diciembre de 2015


Valle del Loira: (capítulo II)

Reemprendimos ruta hacia las proximidades del Loira y allá al anochecer llegamos a las inmediaciones de lo que se suponía una mansión señorial. La quietud, el silencio roto por el graznido de las ocas encerradas y la penuria de la senda de acceso hablaba bien a las claras de la equivocación. O el auxiliar artefacto se había confundido o mis propias manos erraron en le final de la etapa. Una antepasado de D,Artagnan salió a interesarse por nuestra inesperada visita y de paso a sacarnos del erro, Cruce de caminos en el que la suerte nos encaminó a la diestra cuando debió hacerlo a la siniestra para acceder a la casona en cuestión. Allí se podía aún oler a polvos de pelucas preguillotinadasy el espíritu de Robespierre lanzaba proclamas de bienvenida previas al descanso. Nos quedaban para el día siguiente la ampulosidad de Chambord  y no era cuestión de dormir intranquilos. De modo que tras un reparador descanso y una fe ciega en la ruta allá que llegamos. Y ante nosotros se alzaba un edificio concebido como pabellón de cacerías que se exhibía en mitas de los parterres como muestra de grandeza y poderío. Se apreciaba la mano de los artistas renacentistas y el paso de sucesivas  coronas que lo fueron a ocupar como residencia en la que la doble hélice de la escalera llevaba la firma de Da Vinci. Biblioteca plagada de pergaminos y una  cúspide en la torre del  homenaje a la que acompañaban los tejados erizados. La torretas,  las chimeneas  expoliadoras de  los bosques, los increíbles tragaluces, todo lo fuimos dejando atrás en busca de la fantasía. Y esta se llamaba Ussé.  Allí la Bella que inspirase a Perrault cobraba vida tras la quietud de las escenas en cartón piedra que hablaban de final feliz. Ni siquiera el hada más malvada que tantas maldiciones le dedicase logró que dejásemos de soñarnos niños una vez más en aquel marco exento de otro atributo que no fuese la candidez de creer en la magia. Nuestras etapas en el Loira tocaban  a su fin y en la cena los vinos y quesos que tanta fama remiten nos proporcionó una despedida acorde a lo vivido. De cualquier forma, cierto tufo a carne chamuscada en la hoguera inquisitoria nos empezó a llegar y parecía venir de Orleans. Quizás en el camino hacia París lograríamos seguir componiendo este puzle de abadías y  castillos que marcaban la ruta a la ciudad luminosa que tanto sabe a libertad, igualdad y fraternidad.



Jesús(defrijan)

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