ROMA (capítulo I): Ciudad abierta
Sucia. Esa fue la primera sensación que me llegó nada
más entrar en el dominio de las siete colinas. Quizás la visión cinematográfica
que tantas sesiones nos deparó a lo
largo de los años nos mostró la imagen que a todas luces difería de lo que ante
mis ojos se mostraba. El caos del tráfico y la anarquía de los conductores
venían a sumar deméritos a la que fuese capital
del Imperio dominante en el Mare Nostrum. De modo que el único consuelo que se
nos presentaba era el de intentar camuflarse entre sus vías y buscar los
detalles que hablasen para bien de la Ciudad Eterna. La Plaza de España con su
escalinata soleada nos recibía mostrando un pasado que nos sonaba a familiar y
en la Plaza del Pueblo la confluencia con la Vía del Corso nos remitía al fondo
hacia la escalinata de acceso a la tumba de Víctor Manuel con su pebetero
siempre flameante. Un piano de peldaños que nos pareció próximo y llegó
agotarnos antes de llegar a sus inmediaciones. De hecho buscamos acomodo por
las callejuelas que buscaban el rumor de la Fontana de Trevi en la que Marcello Mastroianni seguía a la caprichosa Anita
Ekberg en sus movimientos voluptuosos
que sólo a las diosas les son permitidos. Fellini dirigiendo de nuevo,
pero en esta ocasión a la multitud de transeúntes que seguíamos el rito de
lanzar monedas como pago a las esperanzas por cumplir. Y en las proximidades,
el Tíber, dejando pasar el tiempo para que la eternidad siga creyendo en la
grandeza de su leyenda. No se divisó el vuelo premonitorio que anticipó a
Rómulo como fundador de la misma. No pudimos por menos que sonreír ante los
centuriones que actuaban como extras en las inmediaciones del Coliseo. No
pudimos resistirnos a la tentación de intentar comprender cómo el Hipódromo
desaparecido pudo albergar legendarias carreras de cuadrigas. No pudimos negarnos
el hecho de echar de menos a Cara de
Ángel a lomos de una vespa disfrutando de la mano de Gregory Peck de sus
vacaciones en la ciudad que empezaba a vestirse de luces y nos invitaba al
descanso. Mañana sería otro día y buscaríamos el arte donde sólo el arte sabe
buscar refugio aún a sabiendas de las críticas que llevará impresa semejante
salvaguarda. No era necesario buscar entre las muñecas la hora en que nos
encontrábamos; las innumerables torres campaneaban a su antojo reclamando para
sí la fe que en uno de sus límites ciudadanos, lucía en su celestial apogeo.
Jesús(defrijan)
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