Florencia (….. y capítulo III) Bárbaro regreso.
Sí así podría calificarse al mismo, de bárbaro. Por
circunstancias imprevistas, el taxi que nos conducía al aeropuerto se vio
metido en un atasco kilométrico insalvable. La radio escupía la notica en la
que un desafortunado motorista había sido víctima de un atropello y las
retenciones amenazaban con perpetuarse más horas de las necesarias. Un vuelo de
regreso nos estaba esperando y lo haría descontando lentamente los segundos
hasta que nos viese aparecer la terminal del aeropuerto. Rápido descuento
temporal en el que el nerviosismo se hizo hueco y las taquicardias acudieron como
invitadas no previstas antes de que casi diésemos por perdido el embarque.
Milagrosamente accedimos con la ventana de facturación casi cerrada y más
milagrosamente aún nos vimos sentados con la vista fija en la pista de
despegue. Y a nuestro lado, un encanto llamado Bárbara. Se le adivinaba la
clase nada más empezar a charlar con ella. Nos habló de cómo regresaba a Madrid
para no sentirse extraña en la lejanía que la Toscana le aportaba. Ella,
acostumbrada a vivir más en el aire que el resto de los comunes, llevaba sobre
su talle la elegancia que toda azafata nacida para serlo sabe lucir sin
esfuerzo alguno. Habló de cómo se sumó a la lista de esposas de un famoso
tenista que cayó rendido a sus encantos y no cejó hasta hacerla suya. Nos hizo partícipe de sus constantes vuelos
transoceánicos en los que compartieron preferencias con aquellos primeros
viajeros con destino al Caribe antes de convertirse en destino popular. Madre
de una niña a la que dio todo tipo de posibilidades desde su propia iniciativa
tan callada como cierta, tan segura como necesaria. De sus orígenes levantinos
seguía guardando el acento que no había perdido
por más años de ausencias que llevase. Y con todo ello, nos abrió su
corazón al relatarnos el último motivo por el cual se encontraba en Florencia
residiendo. Un amor a prueba de fechas, persistente desde el convencimiento,
que ya hubiese servido de modelo a García Márquez más allá de sus tiempos
coléricos, consiguió convencerla. Años rondándola y años esperando una
respuesta afirmativa en la que el temor a un definitivo adiós se palpaba en
cada una de las escapadas que hacía a su cuna. Los viajes incesantes entre los viñedos y el Renacimiento como
convidado de piedra acunando para este amor un lecho de esperanzas que aquel
etrusco mantuvo a pesar de todo consiguieron tenerla próxima que no cautiva.
Creo que se olvidó mencionar que cada vez que se separaba de Alfredo, este
intentaba disimular la incógnita que se trazaba bajo sus sienes, y que siempre
tenía la misma respuesta. Queda pendiente comprobar de nuevo, si todo es
cierto, si todo sigue sonando a flauta travesera cada vez que la llovizna lanza
sobre la Magnífica Florencia otro rayo de hermosura cuando la noche se tiende y
le rinde pleitesía.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario