martes, 8 de diciembre de 2015


VENECIA (capítulo III):   El Carnaval

Todo preparado para el acto inaugural en la Plaza de San Marcos. Tiempo de espera en el que la visita a la Basílica dio muestras de la belleza que atesoran sus paredes y dominándolo todo  la cuadriga que tantos trasiegos tuvo desde Estambul hasta París en un deseo de perpetuarse a gloria en dominador de turno. A un costado de la Plaza, el Campanile como observatorio supremo y depositario del homenaje a Galileo. Y sobre la línea inclinada la tirolina despierta y preparada mientras los aguerridos hercúleos golpearán el tiempo sobre la campana de la Torre del Reloj anunciando el inicio puntual del festejo. Vivaldi sumándose a la fiesta a cuyo compás irá descendiendo como ángel alado la Colombina reina de la misma ataviada a modo y manera de angelical criatura que terminará su vuelo en el Jardín de la Alegría al finalizar las últimas notas. Acto seguido por el desfile de todas aquellas estatuas vivas de un pasado histórico de la ciudad en la que se pasará revista a todos los apartados que la han hecho eterna. El barroquismo hecho vida en quienes disfrutan del ludo desde el lado más exquisito y que se ofrecen a ser fotografías intocables con quien les solicite posado próximo. Al otro lado, el Palacio Ducal en el que las múltiples estancias chivaban secretos impronunciables a temor de ser recluidos en las minúsculas mazmorras que  dieron paso al Puente de los Suspiros. Por él transcurrieron los condenados y a través de sus cristales diminutos  exhalaron los mencionados en una cruel despedida de manos del verdugo. Sala dedicada a guardar la virtud de aquella dama que permanecía  a la espera del consorte entretenido en ganar o perder batallas por el Mediterráneo en las que se puso de manifiesto la perversidad de la mente a la hora de cerrar el paso al placer. De frente, al otro lado del canal, la Basílica de la Salud luciendo orgullosa su papel de refugio sanatorio a aquellos que tuvieron la fortuna de librarse de las epidemias que asolaron a la ciudad. Y al otro costado el Harry,s   Bar en el que todavía se percibe la presencia de Ernest Hemingway  compartiendo risas y champán con  Orson Welles.  Todo ello salpicado con el incesante trasiego de gondoleros que siguen entonando la melodía que les convertirán  en improvisados tenores para satisfacción de los enamorados. Y como queriendo sumarse a la tristeza de la despedida sobre  la maleta cerrada, Charles  Aznavour paliando  nuestro dolor y dejándonos un poso de  melancolía que no  impidió   humedecernos la mirada. Esta vez las máscaras las llevábamos puestas y saltaban a la vista. 



Jesús(defrijan)

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