miércoles, 9 de noviembre de 2016


Trump versus Clinton



Igual estas líneas deberían aparecer en otro entorno que no fuese el de la crítica de espectáculos; igual debería dejar que los sesudos analistas diesen sus argumentos a los ignorantes que no sabemos interpretar voluntades; ni lo sé ni me interesa en absoluto. Así que me ceñiré a mi papel de espectador para valorar estas representaciones que en varios capítulos han dado como resultado un final poco previsible para muchos. El guion parecía apuntar a un duelo de sexos muy al estilo americano, en plan comedia burguesa, con sus más y sus menos. Él, el prototipo de ejecutivo encorbatado y recubierto de dólares y ella la dama serena a la espera del regreso del esposo enfrascada en la cocina probando el último artilugio ofrecido por la teletienda de turno. Tras los tabiques divisorios del hogar, las televisiones hablando de sus dimes y diretes intercalando imágenes de destrucciones en países que apenas saben localizar. Y ellos dos, siguiendo las indicaciones de sus asesores, de sus maquilladores, de sus peluqueros, ensayando papeles con los que convertirse en vendedores de seguros de vida al estilo yankee. Y los demás, mirando de reojo ese telefilm tantas veces visto. Recordando a guapos presidentes invasores de bahías cubanas, a presidentes cowboys ocupando islas con sabor a granada, a presidentes confraternizando con los más turbios de los poderes económicos. O montando guerras en el lejano oriente a costa de lo que sea menester. Una película que acaba de recordar a otras con un remake previsible. Y en medio, él, trajeado  héroe de junglas de cristal, invencible brooker neoyorquino jugando con los comodines que necesite, para ganar la última baza y ponernos un nudo en la garganta. Ella, llevando como segundón a quien ya ocupó su puesto y le fueron perdonados hisopos inguinales de becarias, con la ilusión maltrecha de tocar la gloria y no hacerla suya. Una sosa peligrosa y un crápula declarado. Buena pareja para inmortalizar por Hollywood a nada que se hubiesen puesto de acuerdo para ir juntos y catarse un góspel. No sería la primera vez que aquellos que parecían inmiscibles acaban siendo uno. Por eso mi valoración crítica de este espectáculo es positiva. A mí me gustan las sorpresas. Ahora sólo nos queda esperar a los capítulos venideros y mirar al cielo. No para pedir explicaciones a la divinidad; más bien para comprobar si algún misil cruza sobre nuestras cabezas y yerra en el objetivo programado. He visto tantas veces este tipo de representaciones que nada me sorprendería como imprevisible final. A partir de mañana, alguien debería promover este esperpento como digno candidato a los óscar. Me muero de ganas por oír de labios de Billy Crystal aquello de  “ in  the winner is…”  

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