Trump versus Clinton
Igual estas líneas deberían aparecer en otro
entorno que no fuese el de la crítica de espectáculos; igual debería dejar que
los sesudos analistas diesen sus argumentos a los ignorantes que no sabemos
interpretar voluntades; ni lo sé ni me interesa en absoluto. Así que me ceñiré
a mi papel de espectador para valorar estas representaciones que en varios capítulos
han dado como resultado un final poco previsible para muchos. El guion parecía
apuntar a un duelo de sexos muy al estilo americano, en plan comedia burguesa,
con sus más y sus menos. Él, el prototipo de ejecutivo encorbatado y recubierto
de dólares y ella la dama serena a la espera del regreso del esposo enfrascada
en la cocina probando el último artilugio ofrecido por la teletienda de turno.
Tras los tabiques divisorios del hogar, las televisiones hablando de sus dimes
y diretes intercalando imágenes de destrucciones en países que apenas saben
localizar. Y ellos dos, siguiendo las indicaciones de sus asesores, de sus
maquilladores, de sus peluqueros, ensayando papeles con los que convertirse en
vendedores de seguros de vida al estilo yankee. Y los demás, mirando de reojo
ese telefilm tantas veces visto. Recordando a guapos presidentes invasores de
bahías cubanas, a presidentes cowboys ocupando islas con sabor a granada, a
presidentes confraternizando con los más turbios de los poderes económicos. O montando
guerras en el lejano oriente a costa de lo que sea menester. Una película que
acaba de recordar a otras con un remake previsible. Y en medio, él, trajeado héroe de junglas de cristal, invencible
brooker neoyorquino jugando con los comodines que necesite, para ganar la última
baza y ponernos un nudo en la garganta. Ella, llevando como segundón a quien ya
ocupó su puesto y le fueron perdonados hisopos inguinales de becarias, con la
ilusión maltrecha de tocar la gloria y no hacerla suya. Una sosa peligrosa y un
crápula declarado. Buena pareja para inmortalizar por Hollywood a nada que se
hubiesen puesto de acuerdo para ir juntos y catarse un góspel. No sería la
primera vez que aquellos que parecían inmiscibles acaban siendo uno. Por eso mi
valoración crítica de este espectáculo es positiva. A mí me gustan las sorpresas.
Ahora sólo nos queda esperar a los capítulos venideros y mirar al cielo. No
para pedir explicaciones a la divinidad; más bien para comprobar si algún misil
cruza sobre nuestras cabezas y yerra en el objetivo programado. He visto tantas
veces este tipo de representaciones que nada me sorprendería como imprevisible final.
A partir de mañana, alguien debería promover este esperpento como digno
candidato a los óscar. Me muero de ganas por oír de labios de Billy Crystal aquello
de “ in the winner is…”
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