martes, 22 de noviembre de 2016

Sesión triple


La de aquella tarde de domingo en la que unos cuantos cinéfilos nos aventuramos hacia el cine Aliatar. Allí, dos filas de amigos procedentes de la misma residencia, dispuestos a disfrutar del triplete formado por “La pantera rosa”, “Toma el dinero y corre” y “American grafiti”.  La primera hora y media descubriendo las penurias de un Woody Allen al que las circunstancias de una niñez de niño no querido y una adolescencia de púber incomprendido le llevaban a delinquir del modo más absurdo imaginable. Intentar pertenecer a una banda musical callejera cargado con un chelo; perpetrar un atraco con una nota manuscrita e ilegible en la que se pide al cajero la recaudación; idear una escapada de la prisión con una pistola troquelada de jabón en mitad del diluvio y ver cómo se diluye en pompas, os dará una idea de lo surrealista del guion y a la par del coro de carcajadas que tuvieron su continuación en la siguiente proyección. Allí, un diamante descomunal codiciado por todos es custodiado de forma torpe por un no menos torpe Peter Sellers en su papel de inspector Clouseau. Entradas y salidas de los más variopintos personajes le dan un ritmo a la comedia propio de Blake Edwards con la subsiguiente secuela televisiva en formato de cómic. Lo de menos es comprobar dónde termina la codiciada joya; poco importa si lo realmente atractivo es disfrutar de semejante guion disparatado. Un breve intermedio y el agridulce sabor de toda despedida de una etapa, a escena. Imbuidos en la noche de la graduación quinceañera, a ritmo de rock and roll, unos amigos se saben protagonistas de un capítulo de sus vidas que no volverán a recorrer. Emisora de radio dando ritmo al color de la noche en la que se desarrolla todo la película mientras un incesante transitar de vehículos cruzan la avenida principal buscando retarse con el rival de turno a manos de las cilindradas. Tímidos que quieren sentirse provocadores ante la policía para ser miembros de una banda callejera llena de tupés, dan paso al aplauso que todo tímido merece en su acto de osadía. Un George Lucas que antes de embarcarse en guerras galácticas decide poner rúbrica a aquellos años adolescentes que en mayor o menor medida, todos hemos sentido. Un film que puso broche de oro a la mejor sesión continua que he presenciado jamás y que puso un punto y aparte al disfrute como espectador. Vendrían más sesiones, en más salas, en distintos horarios, con distintas fortunas; pero aquella sigue presente en mi memoria cada vez que paso por la puerta por más que ahora escuche el tintineo de las máquinas tragaperras donde antes estaba el ambigú.            

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