Sesión triple
La de aquella tarde de domingo en la que unos
cuantos cinéfilos nos aventuramos hacia el cine Aliatar. Allí, dos filas de
amigos procedentes de la misma residencia, dispuestos a disfrutar del triplete
formado por “La pantera rosa”, “Toma el dinero y corre” y “American
grafiti”. La primera hora y media
descubriendo las penurias de un Woody Allen al que las circunstancias de una
niñez de niño no querido y una adolescencia de púber incomprendido le llevaban
a delinquir del modo más absurdo imaginable. Intentar pertenecer a una banda
musical callejera cargado con un chelo; perpetrar un atraco con una nota
manuscrita e ilegible en la que se pide al cajero la recaudación; idear una
escapada de la prisión con una pistola troquelada de jabón en mitad del diluvio
y ver cómo se diluye en pompas, os dará una idea de lo surrealista del guion y
a la par del coro de carcajadas que tuvieron su continuación en la siguiente
proyección. Allí, un diamante descomunal codiciado por todos es custodiado de
forma torpe por un no menos torpe Peter Sellers en su papel de inspector
Clouseau. Entradas y salidas de los más variopintos personajes le dan un ritmo
a la comedia propio de Blake Edwards con la subsiguiente secuela televisiva en
formato de cómic. Lo de menos es comprobar dónde termina la codiciada joya;
poco importa si lo realmente atractivo es disfrutar de semejante guion
disparatado. Un breve intermedio y el agridulce sabor de toda despedida de una
etapa, a escena. Imbuidos en la noche de la graduación quinceañera, a ritmo de
rock and roll, unos amigos se saben protagonistas de un capítulo de sus vidas
que no volverán a recorrer. Emisora de radio dando ritmo al color de la noche
en la que se desarrolla todo la película mientras un incesante transitar de
vehículos cruzan la avenida principal buscando retarse con el rival de turno a
manos de las cilindradas. Tímidos que quieren sentirse provocadores ante la
policía para ser miembros de una banda callejera llena de tupés, dan paso al
aplauso que todo tímido merece en su acto de osadía. Un George Lucas que antes
de embarcarse en guerras galácticas decide poner rúbrica a aquellos años
adolescentes que en mayor o menor medida, todos hemos sentido. Un film que puso
broche de oro a la mejor sesión continua que he presenciado jamás y que puso un
punto y aparte al disfrute como espectador. Vendrían más sesiones, en más
salas, en distintos horarios, con distintas fortunas; pero aquella sigue
presente en mi memoria cada vez que paso por la puerta por más que ahora
escuche el tintineo de las máquinas tragaperras donde antes estaba el
ambigú.
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