jueves, 3 de noviembre de 2016


Hoy no me puedo levantar

Jamás una canción resultó más agobiante desde su incesante salida a las ondas radiofónicas. Era un no parar que las recientes emisoras de frecuencia modulada exhibieron para deleite de quienes venían a tomar relevo en la moda musical destronando a la música disco para hacerle un hueco al tecno pop. Y como representantes de esa vorágine de grupos, Mecano, rechazando el deber de levantarse tras un fin de semana brutal como aquellos fueron. Un himno como tantos otros de aquella generación que acabó por convertirse en una cadena de locos con más de una víctima dejada por el camino. De ahí que cuando se planteó la posibilidad de acudir a la obra musical que revivía aquellos momentos, las dudas me asaltasen. Era como negarme el derecho a revancha con la no asistencia y a la par la curiosidad por comprobar qué tal se veía desde la distancia aquella época de desenfreno en el que el lema de colocarse saltaba de boca en boca. Y a fe que no me defraudó. Una puesta en escena en la que los protagonistas salen del claustro materno de provincias y a la llamada de “Madrid me mata” intentan abrirse un hueco en la movida efervescente no dejó lugar al reproche. Sucesivos turnos musicales dentro de un guion perfectamente estructurado  con dos hermanos como protagonistas. La eterna lucha del bien y el mal reflejada en las actitudes de quienes alternaban la vestimenta vaquera con el cuero y los pelos tintados de colores. Una sucesión de melodías intercaladas entre escenas de amores no correspondidos e ilusiones truncadas por el exceso. Una precisión musical más propia de estar enlatada que expuesta en directo. Y los mil y un personajes que cayeron o que supieron amoldarse como iconos de aquel tiempo entrando y saliendo al escenario. Las edades de quienes estábamos sentados daban fe de cuántos recuerdos se iban apareciendo entre las filas a media luz como testigos de una época vivida y disfrutada. Personajes secundarios que acaparaban papeles principales como suele suceder a los ídolos caídos en cualquier generación. Porque de eso se trataba, de dejar constancia de un tiempo que pasó llevándose consigo las polillas de un pasado y encaminarnos a un futuro tan incierto como apetecible de libertades no siempre bien dirigidas por los instintos reprimidos. Sólo al acabar la función, mientras los pasillos se poblaban de pasos canosos, en alguna garganta se pudo adivinar el estribillo que nacía con cierto punto nostálgico y que tantas buenas madrugadas nos llegó a proporcionar.

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