Hoy no me puedo levantar
Jamás una canción resultó más agobiante desde su
incesante salida a las ondas radiofónicas. Era un no parar que las recientes
emisoras de frecuencia modulada exhibieron para deleite de quienes venían a
tomar relevo en la moda musical destronando a la música disco para hacerle un
hueco al tecno pop. Y como representantes de esa vorágine de grupos, Mecano,
rechazando el deber de levantarse tras un fin de semana brutal como aquellos
fueron. Un himno como tantos otros de aquella generación que acabó por
convertirse en una cadena de locos con más de una víctima dejada por el camino.
De ahí que cuando se planteó la posibilidad de acudir a la obra musical que
revivía aquellos momentos, las dudas me asaltasen. Era como negarme el derecho
a revancha con la no asistencia y a la par la curiosidad por comprobar qué tal
se veía desde la distancia aquella época de desenfreno en el que el lema de
colocarse saltaba de boca en boca. Y a fe que no me defraudó. Una puesta en
escena en la que los protagonistas salen del claustro materno de provincias y a
la llamada de “Madrid me mata” intentan abrirse un hueco en la movida
efervescente no dejó lugar al reproche. Sucesivos turnos musicales dentro de un
guion perfectamente estructurado con dos
hermanos como protagonistas. La eterna lucha del bien y el mal reflejada en las
actitudes de quienes alternaban la vestimenta vaquera con el cuero y los pelos
tintados de colores. Una sucesión de melodías intercaladas entre escenas de
amores no correspondidos e ilusiones truncadas por el exceso. Una precisión
musical más propia de estar enlatada que expuesta en directo. Y los mil y un
personajes que cayeron o que supieron amoldarse como iconos de aquel tiempo entrando
y saliendo al escenario. Las edades de quienes estábamos sentados daban fe de
cuántos recuerdos se iban apareciendo entre las filas a media luz como testigos
de una época vivida y disfrutada. Personajes secundarios que acaparaban papeles
principales como suele suceder a los ídolos caídos en cualquier generación.
Porque de eso se trataba, de dejar constancia de un tiempo que pasó llevándose
consigo las polillas de un pasado y encaminarnos a un futuro tan incierto como
apetecible de libertades no siempre bien dirigidas por los instintos
reprimidos. Sólo al acabar la función, mientras los pasillos se poblaban de
pasos canosos, en alguna garganta se pudo adivinar el estribillo que nacía con
cierto punto nostálgico y que tantas buenas madrugadas nos llegó a
proporcionar.
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