viernes, 18 de noviembre de 2016


El diablo sobre ruedas



Todas las películas tildadas de “road movie” tienen su encanto especial. Al guion propiamente dicho se le añade el placer de viajar y entre ambos te transportan durante noventa minutos por los vericuetos de la historia. De hecho, la filmoteca está plagada de ellas y no será la última vez que aparezcan por estas teclas. En lo que a la mencionada en el título se refiere, he de decir que me sorprendió el saber que Steven Spielberg  era su director. Quizás porque mi desconocimiento lo ubicaba a partir de E.T. y no me había interesado en exceso la historia de una alienígena abandonado a su suerte. La cuestión empezó a ponerse interesante cuando el otrora McCloud protagonizado por Dennis Weaver representaba a un comercial que intentaba regresar a casa a lomos de un Mustang. Sin saber muy bien por qué, un camión cisterna conducido por un vaquero al que no se le ve el rostro, comienza a seguirle. Más de uno de nosotros hemos tenido esa misma sensación al circular por alguna autovía con un vehículo de gran tonelaje a nuestras espaldas, ¿verdad? Pues bien, a las primeras millas de trayecto, no le da importancia; pero conforme va transcurriendo la cinta y la persecución continúa, el nerviosismo del interrogante aparece. De nada sirve cambiar de ruta, hacer paradas no programadas, recargar combustible innecesariamente. La sombra del fudre oxidado sigue acosándolo. La búsqueda del límite en el velocímetro por parte del perseguido es respondida por el “pie a  tabla” del perseguidor y la angustia sigue en aumento.  Nadie se explica que un simple adelantamiento haya abierto la espita de los motivos que llevan a tal obsesión y empiezas a sentir afinidad por el miedo que el protagonista está exudando al no conseguir zafarse de su perseguidor. Las preguntas sin respuesta suelen llevar a ese círculo en el que lo irracional busca protagonismo. Y tras la cámara, un genio manejando a su antojo los estados de ánimo de quienes nos movemos inquietos sobre el sillón intentando cambiar de marcha, subiendo revoluciones y sobrepasando los límites del cuentakilómetros. Una estética cuidada con abundancia de primerísimos planos que contribuyen a la credibilidad de la obra. Una más de las que dan protagonismo a las ruedas como si mediante su rotación fuésemos capaces de transportarnos  a los diferentes estados de ánimo. Desde que la vi, os lo aseguro, cada vez que adelanto a un mastodonte similar, me entra la duda de si se lo tomará a mal y emprenderá una persecución sin marcha atrás de la que será prácticamente imposible salir ileso.            

No hay comentarios:

Publicar un comentario