El diablo sobre ruedas
Todas las películas tildadas de “road movie”
tienen su encanto especial. Al guion propiamente dicho se le añade el placer de
viajar y entre ambos te transportan durante noventa minutos por los vericuetos
de la historia. De hecho, la filmoteca está plagada de ellas y no será la
última vez que aparezcan por estas teclas. En lo que a la mencionada en el
título se refiere, he de decir que me sorprendió el saber que Steven Spielberg era su
director. Quizás porque mi desconocimiento lo ubicaba a partir de E.T. y no me
había interesado en exceso la historia de una alienígena abandonado a su
suerte. La cuestión empezó a ponerse interesante cuando el otrora McCloud
protagonizado por Dennis Weaver representaba a un comercial que intentaba
regresar a casa a lomos de un Mustang. Sin saber muy bien por qué, un camión
cisterna conducido por un vaquero al que no se le ve el rostro, comienza a
seguirle. Más de uno de nosotros hemos tenido esa misma sensación al circular
por alguna autovía con un vehículo de gran tonelaje a nuestras espaldas,
¿verdad? Pues bien, a las primeras millas de trayecto, no le da importancia;
pero conforme va transcurriendo la cinta y la persecución continúa, el
nerviosismo del interrogante aparece. De nada sirve cambiar de ruta, hacer
paradas no programadas, recargar combustible innecesariamente. La sombra del
fudre oxidado sigue acosándolo. La búsqueda del límite en el velocímetro por
parte del perseguido es respondida por el “pie a tabla” del perseguidor y la angustia sigue en
aumento. Nadie se explica que un simple
adelantamiento haya abierto la espita de los motivos que llevan a tal obsesión
y empiezas a sentir afinidad por el miedo que el protagonista está exudando al
no conseguir zafarse de su perseguidor. Las preguntas sin respuesta suelen
llevar a ese círculo en el que lo irracional busca protagonismo. Y tras la
cámara, un genio manejando a su antojo los estados de ánimo de quienes nos
movemos inquietos sobre el sillón intentando cambiar de marcha, subiendo
revoluciones y sobrepasando los límites del cuentakilómetros. Una estética
cuidada con abundancia de primerísimos planos que contribuyen a la credibilidad
de la obra. Una más de las que dan protagonismo a las ruedas como si mediante
su rotación fuésemos capaces de transportarnos
a los diferentes estados de ánimo. Desde que la vi, os lo aseguro, cada
vez que adelanto a un mastodonte similar, me entra la duda de si se lo tomará a
mal y emprenderá una persecución sin marcha atrás de la que será prácticamente
imposible salir ileso.
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