jueves, 24 de noviembre de 2016


Trapos sucios en el aire

Un miércoles por la tarde no parece que sea el día más indicado para acudir al teatro. Nos hemos encasillado tanto en la rutina diaria que suele aparecer sobre la conciencia una especie de costura que muchas veces nos inmoviliza y prejuzga. Y erramos más de lo que deberíamos al hacerle caso. Por eso podría parecer que la asistencia a un nuevo concepto teatral en tamaño reducido sería la consecuencia de un nuevo recorte; estamos tan habituados a ellos que en absoluto nos resultaría extraño. Quizá la celeridad en la que el día a día nos envuelve también se encargue de meter prisa a cualquier manifestación escénica con el doble propósito de no aburrir en exceso ni ocupar demasiado tiempo de nuestro escaso tiempo de ocio. Sea como fuere, convertidos en conejillos de indias, de la mano de nuestros vástagos, allá que nos dirigimos. Y a fe que la primera sensación fue de curiosidad al compartir cuarto oscuro con doce desconocidos espectadores que fueron ocupando los taburetes dispuestos en derredor de un inexistente escenario. Una mesa sobre la que descansaba un portátil y una incógnita sobre qué nos esperaba durante los próximos quince minutos. Y de sopetón aparecieron. Él intentando quitarse el carmín delator que unos labios adúlteros le habían consignado; ella pidiendo explicaciones a quien además de copresentador televisivo ejercía de pareja fue de los platós. Y entre reproche y defensa, unas noticias del corazón saliendo a escena con la ironía entre dientes por parte de ambos. Y por si esto fuera poco, el ritmo de los octosílabos al más puro estilo de entremés de Lope de Rueda, aportando vivacidad a la obra. Amparo Sospedra, clamando coloretes en el intermedio del noticiario, con los que disimular su disgusto. Por su parte, José Enrique Pérez, pidiendo retoque sobre sus inexistentes bucles a  la peluquera de turno. Y nosotros, espectadores partícipes asumiendo un papel secundario en una obra que recordaba a los sainetes inmortales que la televisión ha copiado para darles protagonismo contemporáneo. “Trapos sucios en el aire” que fueron capaces de airearse desde la proximidad y complicidad de todos los que tuvimos la fortuna de asistir. Un disfrute inesperado, sorprendente y recomendable. No dejéis pasar la ocasión  si no lo habéis disfrutado aún. Eso sí, acudid preparados para salir a escena porque un nuevo concepto de representaciones teatrales ha llegado y a buen seguro que se quedará por mucho tiempo. Y si es un miércoles por la tarde, mejor que mejor. Ya se encargarán Amparo y José Enrique de vestirla de sonrisas con unos “Trapos sucios en el aire”  mientras Ruzafa se viste de anfitriona.  

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