Trapos sucios en el aire
Un miércoles por la tarde no parece que sea el
día más indicado para acudir al teatro. Nos hemos encasillado tanto en la
rutina diaria que suele aparecer sobre la conciencia una especie de costura que
muchas veces nos inmoviliza y prejuzga. Y erramos más de lo que deberíamos al
hacerle caso. Por eso podría parecer que la asistencia a un nuevo concepto
teatral en tamaño reducido sería la consecuencia de un nuevo recorte; estamos
tan habituados a ellos que en absoluto nos resultaría extraño. Quizá la
celeridad en la que el día a día nos envuelve también se encargue de meter
prisa a cualquier manifestación escénica con el doble propósito de no aburrir
en exceso ni ocupar demasiado tiempo de nuestro escaso tiempo de ocio. Sea como
fuere, convertidos en conejillos de indias, de la mano de nuestros vástagos,
allá que nos dirigimos. Y a fe que la primera sensación fue de curiosidad al
compartir cuarto oscuro con doce desconocidos espectadores que fueron ocupando
los taburetes dispuestos en derredor de un inexistente escenario. Una mesa
sobre la que descansaba un portátil y una incógnita sobre qué nos esperaba
durante los próximos quince minutos. Y de sopetón aparecieron. Él intentando
quitarse el carmín delator que unos labios adúlteros le habían consignado; ella
pidiendo explicaciones a quien además de copresentador televisivo ejercía de
pareja fue de los platós. Y entre reproche y defensa, unas noticias del corazón
saliendo a escena con la ironía entre dientes por parte de ambos. Y por si esto
fuera poco, el ritmo de los octosílabos al más puro estilo de entremés de Lope
de Rueda, aportando vivacidad a la obra. Amparo Sospedra, clamando coloretes en
el intermedio del noticiario, con los que disimular su disgusto. Por su parte,
José Enrique Pérez, pidiendo retoque sobre sus inexistentes bucles a la peluquera de turno. Y nosotros,
espectadores partícipes asumiendo un papel secundario en una obra que recordaba
a los sainetes inmortales que la televisión ha copiado para darles protagonismo
contemporáneo. “Trapos sucios en el aire” que fueron capaces de airearse desde
la proximidad y complicidad de todos los que tuvimos la fortuna de asistir. Un
disfrute inesperado, sorprendente y recomendable. No dejéis pasar la ocasión si no lo habéis disfrutado aún. Eso sí, acudid
preparados para salir a escena porque un nuevo concepto de representaciones
teatrales ha llegado y a buen seguro que se quedará por mucho tiempo. Y si es
un miércoles por la tarde, mejor que mejor. Ya se encargarán Amparo y José
Enrique de vestirla de sonrisas con unos “Trapos sucios en el aire” mientras Ruzafa se viste de anfitriona.
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