martes, 8 de noviembre de 2016


Tokio Blues

Me impactó, ya lo creo que me impactó. Y quizás fuese la casualidad la que me llevó a enfrascarme en la lectura de un escritor japonés con el propósito de desilusionarme a las primeras de cambio. Y con ello pensar que  los escritos llegados del Lejano Oriente alcanzaban un nivel excesivo para mi capacidad de asimilación. Sin duda, el subtítulo que daba nombre a una canción de los Beatles, acrecentó mi curiosidad y allá que me sumergí. Poco tardaron en aparecer los personajes protagonistas enfrascados en conflictos que asoman a los veintipocos años. La soledad, el dolor, las pasiones, todo en una amalgama de sensibilidad manejada con maestría que mantiene al margen a la cursilería. Una obra que se hace universal al tratar los temas de que de por sí ya lo son se den donde se den. Unas idas y vueltas en torno al psique de los personajes que te hacen ser solidario con ellos al compartir debilidades, temores, cruces de fronteras del ánimo. Y en todo ello, Murakami, abriéndose ante ti como el maestro de la narrativa que no necesita de decorados variantes para dejarte un poso de buen hacer. Novela para degustar en momentos especiales en los que todo parece derrumbarse a tu alrededor y la salida del túnel no se percibe ni como mínima esperanza tenue de luz. Revueltas estudiantiles como coro a unas inquietudes que dejaron para la leyenda a aquel sesenta y ocho nacido en París y esparcido por todo el mundo. Conflictos entre el deber y el querer, que tantas y tantas veces se empeñan en llamar a la puerta. Y que cuando lo hacen, suelen golpear el picaporte de un modo diferente en cada caso, por mucho que busque, un mismo fin. Una novela intimista en la que el autor se nos muestra como partícipe de aquellos vaivenes de una juventud que parece echar en falta. Un grafiti decorado con las guirnaldas de la desilusión que los almanaques cuelgan con sabor a ayer y sin vuelta atrás. Una apertura, en definitiva, al mundo imaginativo de este genio de las letras que sabe transmitir algo más que argumentos fáciles  los devotos lectores entre los que me cuento. No será la última vez en la que vuelva a aparecer por estas letras. Más de una de sus obras he tenido el placer de degustar y así quiero recomendarlas. Pero de lo que no cabe duda, es que hubo un día en el que me dejé llevar por la curiosidad de unos acordes que sonaban a blues, llegaban de Japón y los ejecutaba un maestro.       

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