El gato negro
Cuentan de Poe que gran parte de su inspiración
terrorífica la conseguía bebiendo absenta. Que en las resacas posteriores todos
los demonios salían a la luz y que se servía de ellos para crear esos relatos
que a tantas generaciones nos han puesto un nudo en la garganta al
leerlos. Podríamos decantarnos por
cualquiera de ellos y a fe que no saldríamos defraudados en absoluto. Así que
me detendré en este que da título al texto e intentaré seguir imaginando los
distintos estados de ánimo por los que transcurre el ser humano cuando se deja
llevar por las pasiones descontroladas. Testigo fiel de la historia, el gato
negro, compañero del protagonista al que se somete hasta puntos insospechados
de crueldad y sometimiento. Una voz de conciencia callada que va demostrando al
propio amo el cúmulo de errores que va acumulando y que él mismo es incapaz de
aceptar. Pocas veces el insensato hace acto de contrición y en esta ocasión
sigue buscando culpabilidades entre aquellos que más le quieren. Hasta el punto
de segar la vida de la inocente cónyuge que se ve impotente ante la locura que
el alcohol ha propiciado y acaba siendo pagana de los excesos ajenos. Recobrado
el seso, el miedo a la justicia aparece y el asesino urde un plan para eliminar
el rastro de todo sospecha hacia él. Hueco de pared que hasta entonces
permanecía simulado se ofrece a ser el nicho de la inocente y las pesquisas
policiales no dan con la causa de la desaparición de su esposa. Tiempo atrás,
el felino dejó de existir en otro arrebato de ira y pasó a ser sustituido por
uno que diríase gemelo del finado. Incluso podría tildársele de reencarnación
de aquel al llevar sobre su rostro una señal que le recordaba al maltrato
ejercido sobre su predecesor. Las pesquisas siguen y a la desaparición de la
esposa se le une la del gato negro. El culpable aún no descubierto sigue con la
tranquilidad que le da el saberse inmune a las pruebas que no se consiguen en
su contra. Una última revisión a la vivienda por parte de la policía parece que
va a poner punto y final al caso; es evidente que no hay cadáver y por lo tanto
el archivo de la investigación se presenta como más que razonable. Y cuando el
ascenso por la escalera desde el sótano parece culminar con un interrogante, un
maullido casi inaudible, proporciona la hebra del hilo conductor hacia el
desenlace inesperado. Lo restante os lo dejo para que vayáis imaginando el
epílogo de la historia. Sólo añadiré que cuando llegan a mis manos historias
truculentas de terror basadas en sanguíneas escenas, vísceras al aire,
motosierras a todo tren, no puedo por menos que partirme de risa y sentir
lástima por los aprendices autores de las mismas. Y es que cualquier
comparación, y más en este caso, es innecesaria.
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