martes, 15 de noviembre de 2016


El gato negro



Cuentan de Poe que gran parte de su inspiración terrorífica la conseguía bebiendo absenta. Que en las resacas posteriores todos los demonios salían a la luz y que se servía de ellos para crear esos relatos que a tantas generaciones nos han puesto un nudo en la garganta al leerlos.  Podríamos decantarnos por cualquiera de ellos y a fe que no saldríamos defraudados en absoluto. Así que me detendré en este que da título al texto e intentaré seguir imaginando los distintos estados de ánimo por los que transcurre el ser humano cuando se deja llevar por las pasiones descontroladas. Testigo fiel de la historia, el gato negro, compañero del protagonista al que se somete hasta puntos insospechados de crueldad y sometimiento. Una voz de conciencia callada que va demostrando al propio amo el cúmulo de errores que va acumulando y que él mismo es incapaz de aceptar. Pocas veces el insensato hace acto de contrición y en esta ocasión sigue buscando culpabilidades entre aquellos que más le quieren. Hasta el punto de segar la vida de la inocente cónyuge que se ve impotente ante la locura que el alcohol ha propiciado y acaba siendo pagana de los excesos ajenos. Recobrado el seso, el miedo a la justicia aparece y el asesino urde un plan para eliminar el rastro de todo sospecha hacia él. Hueco de pared que hasta entonces permanecía simulado se ofrece a ser el nicho de la inocente y las pesquisas policiales no dan con la causa de la desaparición de su esposa. Tiempo atrás, el felino dejó de existir en otro arrebato de ira y pasó a ser sustituido por uno que diríase gemelo del finado. Incluso podría tildársele de reencarnación de aquel al llevar sobre su rostro una señal que le recordaba al maltrato ejercido sobre su predecesor. Las pesquisas siguen y a la desaparición de la esposa se le une la del gato negro. El culpable aún no descubierto sigue con la tranquilidad que le da el saberse inmune a las pruebas que no se consiguen en su contra. Una última revisión a la vivienda por parte de la policía parece que va a poner punto y final al caso; es evidente que no hay cadáver y por lo tanto el archivo de la investigación se presenta como más que razonable. Y cuando el ascenso por la escalera desde el sótano parece culminar con un interrogante, un maullido casi inaudible, proporciona la hebra del hilo conductor hacia el desenlace inesperado. Lo restante os lo dejo para que vayáis imaginando el epílogo de la historia. Sólo añadiré que cuando llegan a mis manos historias truculentas de terror basadas en sanguíneas escenas, vísceras al aire, motosierras a todo tren, no puedo por menos que partirme de risa y sentir lástima por los aprendices autores de las mismas. Y es que cualquier comparación, y más en este caso, es innecesaria.     

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