La ciudad de los prodigios
A esa elección me llevó la casualidad, como
tantas veces sucede. Acababa de leer el best seller de turno y el autor del
mismo se confesaba admirador profundo de Eduardo Mendoza. Si aquel había sido
capaz de ponerle luz a un viento en penumbra, qué no sería posible esperar de
su maestro. De modo que abrí el ejemplar y empecé a descubrir a una serie de
personajes en la Cataluña de principios de siglo veinte. El protagonista,
Onofre Bouvila, entiende que su vida debe progresar lejos del campo en el que
ha nacido y se encamina hacia Barcelona como si de un charnego autóctono se
tratase. Allí se confabulan sus ansias de ascenso social y su carencia de
escrúpulos a la hora de pisar a quien sea necesario para pasar por encima de
quien haga falta y alcanzar sus objetivos. Una ciudad que se muestra receptiva
en mitad de los avatares políticos que la acunan y que entre ellos busca el
despegue en forma de Exposición Universal de sus virtudes y posibilidades. Allí
se trae a escena al nuevo pícaro que siglo atrás naciese en el Barroco y todo
un cúmulo de entresijos dan paso a un guion absolutamente genial. El hilo
conductor de la historia no pierde ni por un segundo el ritmo y el interés por
conocer las andanzas de este hijo de payeses no conocen ni escrúpulos ni
límites. Todo vale y en ese mismo aval es como si el futuro se nos fuese mostrando
en una baraja plagada de comodines que sigue ocupando el tapete en la
actualidad. Un noreste que se ha ido nutriendo de oleadas de gentes venidas de
más al sur del delta del Ebro y que se han integrado echando raíces generación
tras generación. Podría poner nombres a copias de Bouvila, pero sería
innecesario. Lo que es absolutamente imprescindible es la lectura de esta
crónica novelada de una época para poder entender muchos porqués que quizás se
nos escapan. Puede que una vez leída seamos capaces de unir cabos entre
generaciones y podremos comprobar cómo un gran modelo puede dar pie a un gran
discípulo. Creo que existe una versión cinematográfica de esta novela; como de
costumbre, no la veré. Una vez que lees algo magnífico, tu propio guión no
necesita de actores a los que poner cara o voz. Si mientras tanto cae en vuestras
manos alguna historia de Gurb firmada por Mendoza, pasadla de largo. Imagino
que todo autor tiene momentos en los que le encanta vacilar con las letras y
pasárselo bien para desintoxicarse de argumentos profundos.
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