martes, 14 de noviembre de 2017


Sin



Realmente las preposiciones resultan de lo más atractivas. Ni varían, ni disimulan, ni van de lo que no son. Simplemente se dedican a colocarse entre otras palabras más dignas y ellas como apartadas del pedestal, aparecen. Y hasta hace poco nadie les prestaba especial atención. Hasta hace poco; porque de un tiempo a esta parte se han convertido en imprescindibles. Es más, yo diría que han usurpado el protagonismo a todo aquello que se sabía dominador y está empezando a dejar de serlo. Y si hay alguna que sobresale es la preposición Sin. Veamos sino cómo ha proliferado y empezaremos a darle valor. Las cervezas, claro exponente de rabiosa actualidad, toman la delantera en la lista de las sin. Saben a zumo de cebada y a cambio de no perder la cordura se te ofrecen como maná para el sediento que quiere mantener la compostura. El alcohol que tantas pérdidas de conocimiento provoca, queda fuera de sus ingredientes y ellas mismas lucen un sello de sanidad y puede que de santidad. El pan, el de toda la vida, el de las tahonas a leña, de un tiempo a esta parte, sin gluten. Ya está, punto final, no se hable más. De buenas a primeras todos celíacos o en vías de serlo. Fuera ese ingrediente y a cambio admitamos un pupurri de cereales que hasta hace nada desconocíamos. Avena, espelta, maíz, lino y cualquier otro que se apunte a la cocción será bienvenido. Si además su origen es exótico, entonces ya, ni se discutirá sobre las infinitas posibilidades beneficiosas que contiene. Si hablamos de leche, aquí la cuestión se zanja de un plumazo: fuera la lactosa, pero fuera de modo inmediato. La peor de las secuelas que se pudieran soñar proviene de ese componente que de las ubres mana y que hasta hace nada de tiempo nos parecía magnífico. A cambio, y para no pecar de estrictos, añadamos ácido fólico, omega tres, lecitina, avena de nuevo y cualquier otro producto surgido de la marmita del ordeñador de turno. Todo sea por la salud. De nuevo Sin. Obviamente, el café, sin cafeína. Las tensiones, las palpitaciones, los insomnios nos lo agradecerán y al cabo de varios miles de litros ya ni nos daremos cuenta del sabor gris que aporta. A cambio, unas cápsulas convenientemente publicitadas, nos prometerán éxitos de galán a nada que concluya su vertido en el vaso de la compañía elegida. Entonces repudiaremos el encendido de  un cigarro que, obviamente, será sin nicotina. Ya ni nos acordamos a qué sabía aquel primer pitillo de la mañana que a veces prendíamos sin filtro. Otro sin que se nos sumó a la lista. Y a ella añadamos los refrescos que decidieron quitar el azúcar. Y si aún queda hueco, sumemos los quesos sin grasa, los potitos que te aseguran un futuro sin colesterol. Y si nos fijamos bien, añadiremos frutas sin sabor, colonias sin olor, mandamases sin vergüenzas, trabajos sin ganas. Un sinfín de aditivos que se han ido sumando a esta interminable vida cuyo único fin parece ser el vivirla sin alegrías, sin ruptura de normas, sin salidas del redil y sin turnos de réplicas. Creo que voy a empezar a rechazarlos y esperaré a que la moda gire ciento ochenta grados. Seguro que algunos me sobreviven más tiempo, pero qué vida más triste, por dios. Deberíamos empezar a reclamar el paso para otra preposición más permisiva, más colaboradora, más vital. Repasad la lista y veréis como dais con ella. Luego ya, vamos decidiendo por cuál de las dos tomar partido.  Acabo de abrir un paquete de jamón envasado al vacío y viene sin grasa; definitivamente nos ha invadido.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario