Sin
Realmente las
preposiciones resultan de lo más atractivas. Ni varían, ni disimulan, ni van de
lo que no son. Simplemente se dedican a colocarse entre otras palabras más
dignas y ellas como apartadas del pedestal, aparecen. Y hasta hace poco nadie
les prestaba especial atención. Hasta hace poco; porque de un tiempo a esta
parte se han convertido en imprescindibles. Es más, yo diría que han usurpado
el protagonismo a todo aquello que se sabía dominador y está empezando a dejar
de serlo. Y si hay alguna que sobresale es la preposición Sin. Veamos sino cómo
ha proliferado y empezaremos a darle valor. Las cervezas, claro exponente de
rabiosa actualidad, toman la delantera en la lista de las sin. Saben a zumo de
cebada y a cambio de no perder la cordura se te ofrecen como maná para el
sediento que quiere mantener la compostura. El alcohol que tantas pérdidas de
conocimiento provoca, queda fuera de sus ingredientes y ellas mismas lucen un
sello de sanidad y puede que de santidad. El pan, el de toda la vida, el de las
tahonas a leña, de un tiempo a esta parte, sin gluten. Ya está, punto final, no
se hable más. De buenas a primeras todos celíacos o en vías de serlo. Fuera ese
ingrediente y a cambio admitamos un pupurri de cereales que hasta hace nada desconocíamos.
Avena, espelta, maíz, lino y cualquier otro que se apunte a la cocción será
bienvenido. Si además su origen es exótico, entonces ya, ni se discutirá sobre
las infinitas posibilidades beneficiosas que contiene. Si hablamos de leche,
aquí la cuestión se zanja de un plumazo: fuera la lactosa, pero fuera de modo
inmediato. La peor de las secuelas que se pudieran soñar proviene de ese
componente que de las ubres mana y que hasta hace nada de tiempo nos parecía
magnífico. A cambio, y para no pecar de estrictos, añadamos ácido fólico, omega
tres, lecitina, avena de nuevo y cualquier otro producto surgido de la marmita
del ordeñador de turno. Todo sea por la salud. De nuevo Sin. Obviamente, el
café, sin cafeína. Las tensiones, las palpitaciones, los insomnios nos lo
agradecerán y al cabo de varios miles de litros ya ni nos daremos cuenta del
sabor gris que aporta. A cambio, unas cápsulas convenientemente publicitadas,
nos prometerán éxitos de galán a nada que concluya su vertido en el vaso de la
compañía elegida. Entonces repudiaremos el encendido de un cigarro que, obviamente, será sin
nicotina. Ya ni nos acordamos a qué sabía aquel primer pitillo de la mañana que
a veces prendíamos sin filtro. Otro sin que se nos sumó a la lista. Y a ella
añadamos los refrescos que decidieron quitar el azúcar. Y si aún queda hueco,
sumemos los quesos sin grasa, los potitos que te aseguran un futuro sin
colesterol. Y si nos fijamos bien, añadiremos frutas sin sabor, colonias sin
olor, mandamases sin vergüenzas, trabajos sin ganas. Un sinfín de aditivos que
se han ido sumando a esta interminable vida cuyo único fin parece ser el
vivirla sin alegrías, sin ruptura de normas, sin salidas del redil y sin turnos
de réplicas. Creo que voy a empezar a rechazarlos y esperaré a que la moda gire
ciento ochenta grados. Seguro que algunos me sobreviven más tiempo, pero qué
vida más triste, por dios. Deberíamos empezar a reclamar el paso para otra
preposición más permisiva, más colaboradora, más vital. Repasad la lista y
veréis como dais con ella. Luego ya, vamos decidiendo por cuál de las dos tomar
partido. Acabo de abrir un paquete de
jamón envasado al vacío y viene sin grasa; definitivamente nos ha invadido.
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