La cena
secreta
El título ya de por sí llama la atención, y la
firma de Javier Sierra, más aún. Un autor acostumbrado a llevarnos por los
vericuetos del misterio casi siempre en entornos medievales no se aparta un ápice
de su línea. En esta ocasión el mismo periodo de elaboración de “La última cena”
de Leonardo da Vinci desplaza un poco más el contexto hacia el Renacimiento
italiano. El trasiego entre poderes pontificios y noblelescos da pie a una
serie de artimañas encaminadas a encontrar en el cuadro indicios de herejía. Un
padre dominico se encarga de pormenorizar en los trazos del maestro para ver si
encuentra en él motivos de condena crematoria tras juicios sumarísimos. De modo
que empiezan a entrar y salir personajes que te llevan del dogmatismo oficial a
la demoníaca abjuración de los principios cristianos. Un viaje incesante entre
los pinceles debajo de los cuales hemos de presenciar rostros apostólicos
sacados de los monjes o nobles más cercanos. Como si algún mensaje oculto me
quisiera enviar el destino, de nuevo, los cátaros se adhieren a mi piel y
empiezan a ser algo empalagosos. Cada vez que surge de las sombras en temido exterminador pareciera que
un nuevo trazo de la pintura ha provocado su venida. A todo ello habrá que
añadir la escritura en espejo tras la que descifrar unos versos, cuyas
iniciales conforman la revelación final. Hace páginas que he perdido el hilo
argumental y lo que es peor, la tibieza me acompaña sin lograr sacarme del
letargo. Como prueba de resistencia me niego a abandonar dicha lectura, y nada,
sigue sin resultarme atractiva. Como si de una cena navideña en la que se ha
dejado de discutir el supuesto desentrañado de las claves sigue a su aire.
Miras las páginas que restan y ansías que al menos el postre sea el que deje un
regusto agradable; y nada, más de lo mismo. Buenos que se reafirman y malos que
se reconvierten. Pareciera que ha llegado la hora de los aguinaldos y no es
plan de seguir enfadado. Entonces, como prueba definitiva, como si alguien
hubiese decidido hacerse un hueco entre las letras, el triplete de páginas en
las que se ensalzan las virtudes de Torrevieja. Sí, ya sé, yo también me sigo
preguntando si ese no es el precio estipulado por haber sido finalista de unos
premios convocados por dicha ciudad. Lo ideal entonces será echar mano de unos
chupitos digestivos para que la cena en cuestión no nos provoque una gastritis.
De cualquier forma, si vuelvo a encontrarme con alguna copia del famoso cuadro
no resistiré la tentación de preguntarme si se trataba de una despedida de
soltero y si pagaron a partes igual semejante ágape. Lo de leer entre
pinceladas mensajes antiinquisitoriales, si acaso, para la siguiente reunión,
que imagino que será en el más allá y con un poco de suerte estaré invitado.
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