jueves, 9 de noviembre de 2017


La cena secreta



El título ya de por sí llama la atención, y la firma de Javier Sierra, más aún. Un autor acostumbrado a llevarnos por los vericuetos del misterio casi siempre en entornos medievales no se aparta un ápice de su línea. En esta ocasión el mismo periodo de elaboración de “La última cena” de Leonardo da Vinci desplaza un poco más el contexto hacia el Renacimiento italiano. El trasiego entre poderes pontificios y noblelescos da pie a una serie de artimañas encaminadas a encontrar en el cuadro indicios de herejía. Un padre dominico se encarga de pormenorizar en los trazos del maestro para ver si encuentra en él motivos de condena crematoria tras juicios sumarísimos. De modo que empiezan a entrar y salir personajes que te llevan del dogmatismo oficial a la demoníaca abjuración de los principios cristianos. Un viaje incesante entre los pinceles debajo de los cuales hemos de presenciar rostros apostólicos sacados de los monjes o nobles más cercanos. Como si algún mensaje oculto me quisiera enviar el destino, de nuevo, los cátaros se adhieren a mi piel y empiezan a ser algo empalagosos. Cada vez que surge de las  sombras en temido exterminador pareciera que un nuevo trazo de la pintura ha provocado su venida. A todo ello habrá que añadir la escritura en espejo tras la que descifrar unos versos, cuyas iniciales conforman la revelación final. Hace páginas que he perdido el hilo argumental y lo que es peor, la tibieza me acompaña sin lograr sacarme del letargo. Como prueba de resistencia me niego a abandonar dicha lectura, y nada, sigue sin resultarme atractiva. Como si de una cena navideña en la que se ha dejado de discutir el supuesto desentrañado de las claves sigue a su aire. Miras las páginas que restan y ansías que al menos el postre sea el que deje un regusto agradable; y nada, más de lo mismo. Buenos que se reafirman y malos que se reconvierten. Pareciera que ha llegado la hora de los aguinaldos y no es plan de seguir enfadado. Entonces, como prueba definitiva, como si alguien hubiese decidido hacerse un hueco entre las letras, el triplete de páginas en las que se ensalzan las virtudes de Torrevieja. Sí, ya sé, yo también me sigo preguntando si ese no es el precio estipulado por haber sido finalista de unos premios convocados por dicha ciudad. Lo ideal entonces será echar mano de unos chupitos digestivos para que la cena en cuestión no nos provoque una gastritis. De cualquier forma, si vuelvo a encontrarme con alguna copia del famoso cuadro no resistiré la tentación de preguntarme si se trataba de una despedida de soltero y si pagaron a partes igual semejante ágape. Lo de leer entre pinceladas mensajes antiinquisitoriales, si acaso, para la siguiente reunión, que imagino que será en el más allá y con un poco de suerte estaré invitado.  

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