miércoles, 8 de noviembre de 2017


En defensa propia y ajena



Se nota nada más comenzar el recitado su naturaleza satírica. En un compendio de veintisiete poemas, las chanzas, las burlas, las puyas, se abren paso hacia aquellos que suelen merecerlas aun sin saber que le son dedicadas. A modo y manera de los clásicos barroquianos los sonetos y las décimas se van sucediendo como dardos en busca de dianas a las que zaherir con el menor derramamiento de sangre posible. Poemas que necesitan de una segunda y quizás tercera lectura para limar la capa superficial que nos impide adentrarnos en las metáforas que le dan sentido. Un desahogo supremo en el que el autor busca, y quién sabe si consigue, que más de una testuz agache la mirada avergonzado o  reconduzca conductas que le llevaron a ser merecedor de tales galardones. Desde la mera observación de los perfiles suelen trazarse las líneas definitorias del ser. Y aunque no siempre sea el resultado aquel que el posador insospechado soñaría tener, la casulla que le reviste le otorga el galardón merecido. Cornudos que no sospechan serlo; traidores que se sienten a salvo desde sus atalayas; soberbios a los que los humos no les permiten empaparse de realidades; exégetas de las letras que se sobrevaloran destrozando versos. Todos y todas tienen cabida y más de un lector podrá ponerle sello de autenticidad a nada que lo intente. No quedará a salvo ni él mismo en cuanto descubra en su mismo reflejo alguna de las verdades ocultas que el verso destapa. La risa tornará en rictus si acaba concluyendo en una reflexión de vida que en nada quiso ver como real y que sin embargo las voces calladas de los cercanos saben cierta. En esta ocasión, no hubo cortapisas ni celos por velar lo que la pluma ansiaba libre. La pregunta surgirá nada más acabar la lectura y el propio autor dejará que cada cual se la responda. Un juicio sumarísimo en contra de la estupidez que tantas y tantas veces se adueña de los púlpitos y se hace fuerte en los tronos por muy carcomidos que se sepan. Quiero pensar que logró sobrevivir a la Inquisición en los tiempos en los que ese tribunal supremo proponía demostrar inocencias partiendo de una base de culpabilidades. Subió al estrado y buscó como defensa propia y ajena el mayor de los alegatos posibles, el de la Libertad. Consuelo para desvalidos y fusta para prepotentes. Yo de vosotros, le echaría un vistazo, y luego, juzgaría la sentencia. 

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