En
defensa propia y ajena
Se nota
nada más comenzar el recitado su naturaleza satírica. En un compendio de
veintisiete poemas, las chanzas, las burlas, las puyas, se abren paso hacia
aquellos que suelen merecerlas aun sin saber que le son dedicadas. A modo y
manera de los clásicos barroquianos los sonetos y las décimas se van sucediendo
como dardos en busca de dianas a las que zaherir con el menor derramamiento de
sangre posible. Poemas que necesitan de una segunda y quizás tercera lectura
para limar la capa superficial que nos impide adentrarnos en las metáforas que
le dan sentido. Un desahogo supremo en el que el autor busca, y quién sabe si
consigue, que más de una testuz agache la mirada avergonzado o reconduzca conductas que le llevaron a ser
merecedor de tales galardones. Desde la mera observación de los perfiles suelen
trazarse las líneas definitorias del ser. Y aunque no siempre sea el resultado
aquel que el posador insospechado soñaría tener, la casulla que le reviste le
otorga el galardón merecido. Cornudos que no sospechan serlo; traidores que se
sienten a salvo desde sus atalayas; soberbios a los que los humos no les
permiten empaparse de realidades; exégetas de las letras que se sobrevaloran
destrozando versos. Todos y todas tienen cabida y más de un lector podrá
ponerle sello de autenticidad a nada que lo intente. No quedará a salvo ni él
mismo en cuanto descubra en su mismo reflejo alguna de las verdades ocultas que
el verso destapa. La risa tornará en rictus si acaba concluyendo en una
reflexión de vida que en nada quiso ver como real y que sin embargo las voces
calladas de los cercanos saben cierta. En esta ocasión, no hubo cortapisas ni
celos por velar lo que la pluma ansiaba libre. La pregunta surgirá nada más
acabar la lectura y el propio autor dejará que cada cual se la responda. Un
juicio sumarísimo en contra de la estupidez que tantas y tantas veces se adueña
de los púlpitos y se hace fuerte en los tronos por muy carcomidos que se sepan.
Quiero pensar que logró sobrevivir a la Inquisición en los tiempos en los que
ese tribunal supremo proponía demostrar inocencias partiendo de una base de
culpabilidades. Subió al estrado y buscó como defensa propia y ajena el mayor
de los alegatos posibles, el de la Libertad. Consuelo para desvalidos y fusta
para prepotentes. Yo de vosotros, le echaría un vistazo, y luego, juzgaría la
sentencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario