martes, 28 de noviembre de 2017


¿Y si llevaran razón?



¿Y si en el fondo de la cuestión llevaran razón y estuviera la mayoría que piensa que no, equivocada? ¿Y si las instituciones nacidas para un fin se hubiesen quedado obsoletas? ¿Y si aquellas urnas que fueron ninguneadas y perseguidas le hubiesen otorgado la potestad de hablar desde el convencimiento que tantos comparten? ¿Y si los de enfrente fueran quienes sienten seguridad desde el acatamiento sin atreverse a dar un paso hacia adelante? ¿Y si fuese simplemente cuestión de tiempo que el propio tiempo les fuese dando como buena su postura que hoy parece una entelequia? Demasiados  “y si “   como para dar cerrojazo a un planteamiento que incluso desde la distancia mantiene su hoja de ruta. Ahora mismo me vienen a la memoria todos los movimientos secesionistas que a lo largo de la historia han existido. Joyas de la corona que dejaron de ser dependientes de la corona; colonias que empezaron como presidios y siguen su curso como naciones; cuadriláteros trazados a mano alzada sobre mapas en los que distribuir y repartir  territorios y subsuelos; dinastías reales que pusieron pies en polvorosa al no fusionarse con súbditos que no los aceptaban. Sí, ya sé, más de uno pensará que no son equiparables ambas realidades, pero lo piensa desde la perspectiva unilateral del bando opuesto al que critican. Identidades que no se sienten identificadas antes o después dejarán de permanecer en el engrudo que la norma apelmaza, si de las partes no nace el deseo de permanencia.  No hay más que fijarse en cómo ven la realidad quienes piensan que les ha sido secuestrada su legitimidad y por lo tanto renuncian a sentirse bien tratados. Presos que adjuran en modo galileo de lo que hasta ayer consideraban válido dan pie a una presidencia exiliada que unos consideran ex y los otros le quitan el prefijo de caducidad. ¿Y si aquellos que no quieren ver la realidad, hicieran un esfuerzo para poderla entender? Igual entonces le restábamos dramatismo a la ruptura de este matrimonio en el que una de las partes no cree. Todo lo demás, chascarrillos  para desacreditar, bufonadas para ridiculizar y gana de infravalorar lo que en realidad temen. “Hasta que la muerte os separe” rezaba la sentencia que provocaba más temor que alegría en los matrimonios de antaño y estamos viendo, por desgracia más de lo que nos gustaría, cómo, efectivamente, la muerte se acaba imponiendo cuando la sinrazón se abandera. Los movimientos se inician y cuando nacen de las entrañas desembocan en terremotos. Lo único que queda después es la tarea de reconstruir aquello que el mismo temblor ha destrozado. Y si así no se quiere ver, una de las partes está equivocada anclada en puerto seco y condenada a la oxidación del casco de sus naves.  

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