lunes, 20 de noviembre de 2017


Franco


Cada veinte de Noviembre su rostro reaparece en las páginas del recuerdo. Un rostro moribundo enmarcando aquella voz aflautada recobra protagonismo y como si la pesada losa que lo protege quisiera convertirse en papel de seda lo libera de la tumba, lo pasea por el presente y comprueba cómo los nudos se deshicieron. Muy a su pesar y al de sus seguidores, aquello que soñó perpetuo se desmembró tan rápidamente que aún alguno se estará preguntando sobre la calidad del cáñamo. Una cuerda que se suponía  duradera, duró lo que dura un cambio de chaqueta cuando el tiempo se revierte y recomienda nuevos paños. Los azules dieron paso a los grises y entre todos dieron paso a la incógnita de la posible concordia. Sus más y sus menos, sus concesiones y exigencias, sus olvidos y memorias, todos pusieron de su parte y de sus partes se parió la nueva etapa. Sobre el ambiente volaba un interrogante al que pocos nos atrevíamos a ponerle solución. Atrás quedaban los fascículos dedicados a ese “gran hombre” en los que la glosa de méritos lo presentaba como el caudillo redentor de todos los males. Aparecían los primeros libros en los que se fantaseaba sobre su resurrección y la congoja subsiguiente de sus enemigos. Chascarrillos que luchaban por la inmortalidad de quien tantos pasaportes definitivos expidió en otros, daban juego a la risa nerviosa de quienes no adivinaban una posible convivencia en paz. Se logró, y costó lo suyo. Quedaron flecos que con el tiempo se fueron cayendo por su propio abandono o se convirtieron en crines de caballos de troya a la espera de su turno. Pocos fueron quienes consiguieron quitarse de encima la mácula de traidores a unos principios que garantizaban movimiento desde la inmovilidad. Todo se dio por válido y se decidió mirar hacia delante. Y en esa rueda de noria que la Historia pone en funcionamiento, más de uno que no vivió aquella época apasionante y convulsa, hace gala de dominio de la misma queriendo resucitar al muerto para acreditar sus credos. Como si de la revisión de lo que han leído fuese a dar solución a lo no padecido. Se atribuyen el papel de redentores justicieros para buscar en las aguas cenagosas  del ayer motivos para subsistir en el presente. No, no se trata de olvidar el pasado y con ello correr el riesgo de repetirlo. Se trata de no olvidar el pasado para no dar pie a que desde la exacerbación que el desconocimiento provoca renazca alguien similar y volvamos a la casilla de salida. Franco dejó de ser y no necesita legados que acaben echándolo de menos. Lo más lamentable sería volver a ver postulados semejantes en otros ternos. Ni siquiera la ausencia de voces aflautadas nos llevaría a pensar que esa misma situación ya la hemos vivido antes. Mientras esto no se tenga claro como índice en el cuaderno de bitácora la navegación estará condenada al naufragio. Cada vez que descubro individuos interesados en cambiar de tiempo verbal nuestra propia existencia, la verdad, los escalofríos se adueñan de mí y un nuevo veinte de Noviembre aparece en el calendario sea el día  sea del mes que sea. Quiero pensar que el otoño es el culpable de este modo de temer  lo ya sabido.

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