Franco
Cada veinte de Noviembre su
rostro reaparece en las páginas del recuerdo. Un rostro moribundo enmarcando
aquella voz aflautada recobra protagonismo y como si la pesada losa que lo
protege quisiera convertirse en papel de seda lo libera de la tumba, lo pasea
por el presente y comprueba cómo los nudos se deshicieron. Muy a su pesar y al
de sus seguidores, aquello que soñó perpetuo se desmembró tan rápidamente que
aún alguno se estará preguntando sobre la calidad del cáñamo. Una cuerda que se
suponía duradera, duró lo que dura un
cambio de chaqueta cuando el tiempo se revierte y recomienda nuevos paños. Los
azules dieron paso a los grises y entre todos dieron paso a la incógnita de la
posible concordia. Sus más y sus menos, sus concesiones y exigencias, sus
olvidos y memorias, todos pusieron de su parte y de sus partes se parió la
nueva etapa. Sobre el ambiente volaba un interrogante al que pocos nos
atrevíamos a ponerle solución. Atrás quedaban los fascículos dedicados a ese “gran
hombre” en los que la glosa de méritos lo presentaba como el caudillo redentor
de todos los males. Aparecían los primeros libros en los que se fantaseaba
sobre su resurrección y la congoja subsiguiente de sus enemigos. Chascarrillos
que luchaban por la inmortalidad de quien tantos pasaportes definitivos expidió
en otros, daban juego a la risa nerviosa de quienes no adivinaban una posible
convivencia en paz. Se logró, y costó lo suyo. Quedaron flecos que con el tiempo
se fueron cayendo por su propio abandono o se convirtieron en crines de
caballos de troya a la espera de su turno. Pocos fueron quienes consiguieron
quitarse de encima la mácula de traidores a unos principios que garantizaban
movimiento desde la inmovilidad. Todo se dio por válido y se decidió mirar
hacia delante. Y en esa rueda de noria que la Historia pone en funcionamiento,
más de uno que no vivió aquella época apasionante y convulsa, hace gala de dominio
de la misma queriendo resucitar al muerto para acreditar sus credos. Como si de
la revisión de lo que han leído fuese a dar solución a lo no padecido. Se
atribuyen el papel de redentores justicieros para buscar en las aguas cenagosas
del ayer motivos para subsistir en el
presente. No, no se trata de olvidar el pasado y con ello correr el riesgo de
repetirlo. Se trata de no olvidar el pasado para no dar pie a que desde la
exacerbación que el desconocimiento provoca renazca alguien similar y volvamos
a la casilla de salida. Franco dejó de ser y no necesita legados que acaben echándolo
de menos. Lo más lamentable sería volver a ver postulados semejantes en otros
ternos. Ni siquiera la ausencia de voces aflautadas nos llevaría a pensar que
esa misma situación ya la hemos vivido antes. Mientras esto no se tenga claro
como índice en el cuaderno de bitácora la navegación estará condenada al
naufragio. Cada vez que descubro individuos interesados en cambiar de tiempo
verbal nuestra propia existencia, la verdad, los escalofríos se adueñan de mí y
un nuevo veinte de Noviembre aparece en el calendario sea el día sea del mes que sea. Quiero pensar que el
otoño es el culpable de este modo de temer lo ya sabido.
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