martes, 7 de noviembre de 2017


La escoba robótica



Llegó, inevitablemente, llegó. Con un aspecto de galleta triple equis, una lucecita azul intimidatoria y un zumbido torturador, ha llegado. Y sospecho que ya no habrá vuelta atrás. Ha elegido  como suyo uno de los enchufes de la habitación más soleada y allí ha instalado su zona de repostaje. La dueña, se ha hecho la dueña. Exige a las buenas que las puertas queden abiertas para así poder transitar a sus anchas y redondeadas formas según le plazca. Ha tardado menos de lo imaginable en orientarse por los rincones y sabe de memoria dónde está dispuesto cada obstáculo que logra salvar sin inmutarse. Si por un casual se te ocurre mantener los pies sobre su trayectoria corres el  riesgo de ser barrido del piso sin posibilidad de vuelta atrás. Ama y señora que se ha instalado a modo de okupa y que empieza a sembrar dudas sobre mil cuestiones. Por un momento la sombra de Isaac Asimov ha venido a turbar mi tranquilidad. Probablemente empiecen a aparecer clones de dicha escoba y pidan hueco y asilo en mi misma casa. Lo más normal será que empiecen a exigir mi cotización en su nombre para garantizarse un retiro adecuado y de que me quiera dar cuenta, vacaciones pagadas, días de descanso semanales, afiliaciones sindicales….Un no vivir me espera, sin duda. Y mientras, como olvidadas en un rincón, las hasta ayer compañeras de paseo en busca de las pelufas, rumiando su abandono. Colgadas del mango esperando acontecimientos y sintiendo cierta envidia hacia la recién llegada. Le ganan en perspectiva al saber que la nueva no podrá alzar la vista más allá de los diez centímetros y de momento sonríen victoriosas sin saber qué camino seguir. Se saben más cómplices porque el movimiento pendular precisaba de una simbiosis con nuestras yemas que a partir de ahora adolecerán de callos. Quizá no recuerden cómo ellas mismas ignoraron las palmas que sus predecesoras prendían y no sean conscientes del paso del tiempo. Oyen rumores de expansiones y tapan sus oídos para no incrementar sus desazones. Inútil esfuerzo, por más que lo ignoren. Una batalla más acaban de ganar aquellos que ofrecen comodidad a base de pérdidas de sentir. Creo que lo mejor será plantearle a la nueva inquilina una serie de pruebas para ver su capacidad de aguante. Empezaré cerrando puertas y si no consigue volverse loca de tanto girar por el mismo habitáculo le daré la oportunidad de seguir con mi compañía. Eso sí, de la cofia y del delantal, no se libra, haga lo que haga. Del zumbido ya me encargaré más adelante.

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