La escoba robótica
Llegó,
inevitablemente, llegó. Con un aspecto de galleta triple equis, una lucecita
azul intimidatoria y un zumbido torturador, ha llegado. Y sospecho que ya no
habrá vuelta atrás. Ha elegido como suyo
uno de los enchufes de la habitación más soleada y allí ha instalado su zona de
repostaje. La dueña, se ha hecho la dueña. Exige a las buenas que las puertas
queden abiertas para así poder transitar a sus anchas y redondeadas formas
según le plazca. Ha tardado menos de lo imaginable en orientarse por los
rincones y sabe de memoria dónde está dispuesto cada obstáculo que logra salvar
sin inmutarse. Si por un casual se te ocurre mantener los pies sobre su
trayectoria corres el riesgo de ser
barrido del piso sin posibilidad de vuelta atrás. Ama y señora que se ha
instalado a modo de okupa y que empieza a sembrar dudas sobre mil cuestiones.
Por un momento la sombra de Isaac Asimov ha venido a turbar mi tranquilidad.
Probablemente empiecen a aparecer clones de dicha escoba y pidan hueco y asilo en
mi misma casa. Lo más normal será que empiecen a exigir mi cotización en su
nombre para garantizarse un retiro adecuado y de que me quiera dar cuenta,
vacaciones pagadas, días de descanso semanales, afiliaciones sindicales….Un no
vivir me espera, sin duda. Y mientras, como olvidadas en un rincón, las hasta
ayer compañeras de paseo en busca de las pelufas, rumiando su abandono.
Colgadas del mango esperando acontecimientos y sintiendo cierta envidia hacia
la recién llegada. Le ganan en perspectiva al saber que la nueva no podrá alzar
la vista más allá de los diez centímetros y de momento sonríen victoriosas sin
saber qué camino seguir. Se saben más cómplices porque el movimiento pendular
precisaba de una simbiosis con nuestras yemas que a partir de ahora adolecerán
de callos. Quizá no recuerden cómo ellas mismas ignoraron las palmas que sus
predecesoras prendían y no sean conscientes del paso del tiempo. Oyen rumores
de expansiones y tapan sus oídos para no incrementar sus desazones. Inútil
esfuerzo, por más que lo ignoren. Una batalla más acaban de ganar aquellos que ofrecen
comodidad a base de pérdidas de sentir. Creo que lo mejor será plantearle a la
nueva inquilina una serie de pruebas para ver su capacidad de aguante. Empezaré
cerrando puertas y si no consigue volverse loca de tanto girar por el mismo
habitáculo le daré la oportunidad de seguir con mi compañía. Eso sí, de la
cofia y del delantal, no se libra, haga lo que haga. Del zumbido ya me
encargaré más adelante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario