La codicia
No creo que figure
entre la lista de los pecados capitales. No, no creo. Y como no pienso
repasarlos porque no espero la extremaunción a corto plazo, tampoco me voy a
enfrascar en resolver la duda. Pero por si acaso no está en dicha lista, me atrevo
a incluirla por si a alguien se le ocurre reflexionar sobre el tema. La
codicia, la máxima expresión de la avaricia, del acaparamiento. Es esa especie
de cualidad que atesoran los insaciables a la hora de acumular bienes y más
bienes. Como si temiesen perecer en la más absoluta de las miserias se pasan la
vida echando mano de todo aquello que haciéndoles falta o no les suele resultar
vital. Esos seres usureros que a nada le hacen ascos si de lo que se trata es
de apropiarse de lo que otros no osarían tomar son los máximos exponentes de la
codicia. Yo creo que lo hacen porque se empeñan en emprender una carrera al
sprint pensando que otros harían lo mismo que ellos y por tanto han de llegar
los primeros. Execrables maestros del engaño, de las medias verdades, del
tahurismo. Recelosos de quienes miran de frente por serles ajenas esas
cualidades de sinceridad que desconocen, o peor aún, repudian. Seres
incompletos a los que ni las sombras quieren por compañeros de viajes al temer
ser expropiadas al menor descuido. Ni saben ni entienden de cordialidades si en
ellas vislumbran balances negativos.
Harán fintas a las preguntas que les dirijan si son lanzadas buscando
explicaciones claras y no truculentas. Se mueven entre el tarquín por ser el
lecho preferido el de los detritos que tanto esparcen mientras tapan sus
pituitarias. Piensan que donde otros perecerán ellos saldrán a flote y sus
miserables éxitos los tomarán como refrendo de sus actuaciones. Miserables que
serán rehuidos por aquellos que físicamente les tienen próximos y no se fían de
ellos. No podrán quitarse de encima la acreditación que tan a pulso se han ido
ganando y cuando comprueben que sus enseñanzas se perpetúan ignorarán que están
encuadernadas con el vacío. Tendrán sin ser y rumiarán su fracaso con la falsa
sonrisa que nadie cree. Dignos de lástima, vagarán entre soledades hasta el fin
de sus días. Nadie los echará de menos y en el mejor de los casos nadie se
atreverá a dar por bueno su epitafio. Vivieron para la codicia y en ella misma
tendrán su sudario. Serán, sin duda, los más ricos del cementerio y los más
repudiados del infierno. Entonces quizás alguien de los que les sobreviva se
preguntará si no es excesivo el precio
sin recordar siquiera lo excesivos que fueron los actos por los que ahora
purga.
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