viernes, 10 de noviembre de 2017


La codicia



No creo que figure entre la lista de los pecados capitales. No, no creo. Y como no pienso repasarlos porque no espero la extremaunción a corto plazo, tampoco me voy a enfrascar en resolver la duda. Pero por si acaso no está en dicha lista, me atrevo a incluirla por si a alguien se le ocurre reflexionar sobre el tema. La codicia, la máxima expresión de la avaricia, del acaparamiento. Es esa especie de cualidad que atesoran los insaciables a la hora de acumular bienes y más bienes. Como si temiesen perecer en la más absoluta de las miserias se pasan la vida echando mano de todo aquello que haciéndoles falta o no les suele resultar vital. Esos seres usureros que a nada le hacen ascos si de lo que se trata es de apropiarse de lo que otros no osarían tomar son los máximos exponentes de la codicia. Yo creo que lo hacen porque se empeñan en emprender una carrera al sprint pensando que otros harían lo mismo que ellos y por tanto han de llegar los primeros. Execrables maestros del engaño, de las medias verdades, del tahurismo. Recelosos de quienes miran de frente por serles ajenas esas cualidades de sinceridad que desconocen, o peor aún, repudian. Seres incompletos a los que ni las sombras quieren por compañeros de viajes al temer ser expropiadas al menor descuido. Ni saben ni entienden de cordialidades si en ellas  vislumbran balances negativos. Harán fintas a las preguntas que les dirijan si son lanzadas buscando explicaciones claras y no truculentas. Se mueven entre el tarquín por ser el lecho preferido el de los detritos que tanto esparcen mientras tapan sus pituitarias. Piensan que donde otros perecerán ellos saldrán a flote y sus miserables éxitos los tomarán como refrendo de sus actuaciones. Miserables que serán rehuidos por aquellos que físicamente les tienen próximos y no se fían de ellos. No podrán quitarse de encima la acreditación que tan a pulso se han ido ganando y cuando comprueben que sus enseñanzas se perpetúan ignorarán que están encuadernadas con el vacío. Tendrán sin ser y rumiarán su fracaso con la falsa sonrisa que nadie cree. Dignos de lástima, vagarán entre soledades hasta el fin de sus días. Nadie los echará de menos y en el mejor de los casos nadie se atreverá a dar por bueno su epitafio. Vivieron para la codicia y en ella misma tendrán su sudario. Serán, sin duda, los más ricos del cementerio y los más repudiados del infierno. Entonces quizás alguien de los que les sobreviva se preguntará si  no es excesivo el precio sin recordar siquiera lo excesivos que fueron los actos por los que ahora purga.

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