martes, 21 de noviembre de 2017


Tomás, amigo mío:



Te vas sin apenas darme tiempo a la despedida que te mereces y me dejas sin argumentos, huérfano de ti, desconsolado, y no te lo perdono. Es tan impensable imaginarse las calles sin tu presencia que soy incapaz de articular palabras de ánimo a este ánimo afligido por tu adiós. Lograste sacar a la luz la valentía de los pesares para darle un giro hacia el optimismo, y eso, amigo mío, perdurará para siempre. Fuiste emblema para tantas generaciones que lograste el respeto que solo los grandes merecen y ganan. El paso hacia la Eternidad será tan bamboleante como aquel que fuiste trazando a la búsqueda del banco solariego cada mañana y la bienvenida supondrá un acontecimiento en el Más Allá, digno de aplauso. Sabes que cuando alguien que fue parte de ti se va de ti, su legado permanece contigo. Y esa verdad será la que de fe de una existencia tan de frente como este rostro tuyo labrado de arrugas que emprende la marcha. Será complicado asomarme al balcón y no escuchar tus soliloquios mientras el mechero se te ofrecía voluntario. Será impensable prescindir de la sombra que dejaba sobre la acera el fieltro que te protegía de los rayos del sol. Será, amigo mío, muy difícil saber que esas lecciones de filosofía de vida a pie de calle ya no almacenarán más capítulos. El reloj decidió pararse, de nuevo Noviembre de viste de luto y cae la ceniza del último cigarro liado como si la vida quisiera cobrarse el tributo. Fue tan fácil y sencillo compartirte como difícil será asimilar tu ausencia, te lo aseguro. Nos dejas huérfanos y hemos de asumir que nada es perpetuo. Por si te sirve de consuelo, en cada rincón que revisemos, algo tuyo permanecerá. De los Poyos a la cuesta del Castillo, de la Carretera a la Plaza, cada paso sabrá que tú diste cumplida cuenta de ese transitar que ya empezamos a extrañar. Vete en paz, no olvides tus garrotes, ni tu picadura, ni tu mechero. Nadie sabe qué te puedes encontrar allá arriba y por si acaso es mejor ir prevenido. Vete tranquilo y añade a tu equipaje la absoluta certeza de haber sido Genio y Figura, amigo mío. Sé que cuando llegues, te reconocerán. Sabrán que llega, desde Enguídanos, nada menos que Tomás, y serás  de nuevo, el filósofo al que prestar oídos, aunque esta vez tengamos que imaginarte disertando en la Gloria Eterna



Buen viaje, amigo Tomás    

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