Tomás, amigo mío:
Te vas sin apenas
darme tiempo a la despedida que te mereces y me dejas sin argumentos, huérfano
de ti, desconsolado, y no te lo perdono. Es tan impensable imaginarse las
calles sin tu presencia que soy incapaz de articular palabras de ánimo a este
ánimo afligido por tu adiós. Lograste sacar a la luz la valentía de los pesares
para darle un giro hacia el optimismo, y eso, amigo mío, perdurará para
siempre. Fuiste emblema para tantas generaciones que lograste el respeto que
solo los grandes merecen y ganan. El paso hacia la Eternidad será tan
bamboleante como aquel que fuiste trazando a la búsqueda del banco solariego
cada mañana y la bienvenida supondrá un acontecimiento en el Más Allá, digno de
aplauso. Sabes que cuando alguien que fue parte de ti se va de ti, su legado
permanece contigo. Y esa verdad será la que de fe de una existencia tan de
frente como este rostro tuyo labrado de arrugas que emprende la marcha. Será
complicado asomarme al balcón y no escuchar tus soliloquios mientras el mechero
se te ofrecía voluntario. Será impensable prescindir de la sombra que dejaba
sobre la acera el fieltro que te protegía de los rayos del sol. Será, amigo
mío, muy difícil saber que esas lecciones de filosofía de vida a pie de calle ya
no almacenarán más capítulos. El reloj decidió pararse, de nuevo Noviembre de
viste de luto y cae la ceniza del último cigarro liado como si la vida quisiera
cobrarse el tributo. Fue tan fácil y sencillo compartirte como difícil será
asimilar tu ausencia, te lo aseguro. Nos dejas huérfanos y hemos de asumir que
nada es perpetuo. Por si te sirve de consuelo, en cada rincón que revisemos,
algo tuyo permanecerá. De los Poyos a la cuesta del Castillo, de la Carretera a
la Plaza, cada paso sabrá que tú diste cumplida cuenta de ese transitar que ya
empezamos a extrañar. Vete en paz, no olvides tus garrotes, ni tu picadura, ni
tu mechero. Nadie sabe qué te puedes encontrar allá arriba y por si acaso es
mejor ir prevenido. Vete tranquilo y añade a tu equipaje la absoluta certeza de
haber sido Genio y Figura, amigo mío. Sé que cuando llegues, te reconocerán.
Sabrán que llega, desde Enguídanos, nada menos que Tomás, y serás de nuevo, el filósofo al que prestar oídos, aunque
esta vez tengamos que imaginarte disertando en la Gloria Eterna
Buen viaje, amigo
Tomás
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