jueves, 23 de noviembre de 2017


Puigdemont



No dejo de darle vueltas al perfil de este señor. Ahora mismo no sé si calificarlo de President, exPresident, refugiado político, defraudador de seguidores, resistente a ataques españolistas….la verdad es que no sé, ni creo que logre saber cuál de los epítetos le va mejor. Ni soy sesudo analista político ni me parece que se necesite analizar el comportamiento de un señor cuando, como es el caso, para unos sigue siendo y para otros dejó de ser lo que unos creyeron que era y otros jamás aceptaron. La cuestión está en qué prisma deberíamos visualizar el exilio, la huida, o como quiera definirse su salida de España. Si pervive en la utopía de creer en la validez de su hoja de ruta, su esfuerzo es encomiable, más allá de las opiniones de los disconformes. Si se refugia para evitar las rejas con las que le amenazan, adopta un papel de conde montecristiano que no deja de tener su aquel. ¡Quién sabe si no alcanzará su libertad envuelto en un saco de rafia sustituyendo al cadáver que iban a lanzar al mar! Mientras tanto, paralelos más abajo, unos esperan su regreso, otros empiezan a intuir alianzas, y muchos nos preguntamos por sus días a días belgas. De vez en cuando aparece en mitad de una entrevista propagando sus argumentos en busca de oyentes que le otorguen crédito y de cuando en vez surge entre las brumas flamencas o valonas compartiendo chascarrillos a pie de calle con quien se le muestra solidario. Lo bueno que tiene, quizás lo poco bueno que tiene este exilio, es la abundancia de chocolates y cervezas que este país atesora. Ni azúcares ni hidratos le faltarán y quizás con ello atenúe en parte la falta de respuestas sobre su futuro. Imagino que seguirá con atención el desarrollo de los acontecimientos de Cataluña y alguna duda empezará a sobrevolar por su mente. Puede que piense que aquellos que en su fuero interno lo acusan de traidor estén esperando cobrarse con traiciones su marcha. Igual desconfía de quienes le daban palmaditas en la espalda para exponerlo como peropalo  de feria receptor de golpes  a otros destinados. Sera como fuere, la verdad, me produce desconsuelo verlo en esa situación. Y por si algo faltaba, el peluquero de turno, ha decidido arrebatarle otra seña más de identidad. No sé quién habrá sido el artífice de semejante propuesta pero ha dado de modo inconsciente unas señales de aviso a los demás, llamadas arrepentimiento, cambio, cesión, derrota, complacencia. Un simple cambio en el corte de pelo tiene más significado de lo que imaginamos. Por si acaso, y a riesgo de no ser escuchado, ojo con escalonárselo a navaja en futuras visitas al fígaro de turno; podría interpretarse de modo poco convincente y su imagen ya no sería la asimilada por todos. Se tornaría en quien no es y eso siempre confunde.  

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