Puigdemont
No dejo de darle
vueltas al perfil de este señor. Ahora mismo no sé si calificarlo de President,
exPresident, refugiado político, defraudador de seguidores, resistente a
ataques españolistas….la verdad es que no sé, ni creo que logre saber cuál de
los epítetos le va mejor. Ni soy sesudo analista político ni me parece que se
necesite analizar el comportamiento de un señor cuando, como es el caso, para
unos sigue siendo y para otros dejó de ser lo que unos creyeron que era y otros
jamás aceptaron. La cuestión está en qué prisma deberíamos visualizar el
exilio, la huida, o como quiera definirse su salida de España. Si pervive en la
utopía de creer en la validez de su hoja de ruta, su esfuerzo es encomiable,
más allá de las opiniones de los disconformes. Si se refugia para evitar las
rejas con las que le amenazan, adopta un papel de conde montecristiano que no
deja de tener su aquel. ¡Quién sabe si no alcanzará su libertad envuelto en un
saco de rafia sustituyendo al cadáver que iban a lanzar al mar! Mientras tanto,
paralelos más abajo, unos esperan su regreso, otros empiezan a intuir alianzas,
y muchos nos preguntamos por sus días a días belgas. De vez en cuando aparece
en mitad de una entrevista propagando sus argumentos en busca de oyentes que le
otorguen crédito y de cuando en vez surge entre las brumas flamencas o valonas
compartiendo chascarrillos a pie de calle con quien se le muestra solidario. Lo
bueno que tiene, quizás lo poco bueno que tiene este exilio, es la abundancia
de chocolates y cervezas que este país atesora. Ni azúcares ni hidratos le
faltarán y quizás con ello atenúe en parte la falta de respuestas sobre su futuro.
Imagino que seguirá con atención el desarrollo de los acontecimientos de
Cataluña y alguna duda empezará a sobrevolar por su mente. Puede que piense que
aquellos que en su fuero interno lo acusan de traidor estén esperando cobrarse con
traiciones su marcha. Igual desconfía de quienes le daban palmaditas en la
espalda para exponerlo como peropalo de
feria receptor de golpes a otros
destinados. Sera como fuere, la verdad, me produce desconsuelo verlo en esa
situación. Y por si algo faltaba, el peluquero de turno, ha decidido
arrebatarle otra seña más de identidad. No sé quién habrá sido el artífice de
semejante propuesta pero ha dado de modo inconsciente unas señales de aviso a los
demás, llamadas arrepentimiento, cambio, cesión, derrota, complacencia. Un
simple cambio en el corte de pelo tiene más significado de lo que imaginamos.
Por si acaso, y a riesgo de no ser escuchado, ojo con escalonárselo a navaja en
futuras visitas al fígaro de turno; podría interpretarse de modo poco
convincente y su imagen ya no sería la asimilada por todos. Se tornaría en
quien no es y eso siempre confunde.
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