martes, 15 de enero de 2019


1. Susana Díaz



La veo y me viene a la memoria una imagen ya vista en algún otro lugar, en alguna otra circunstancia, película, o algo así. Como si del recuerdo quisiera emerger su imagen a modo de chica Almodóvar o vendedora de Teletienda, no sé, pero algo me resulta ya conocido sin conocerla en persona. Probablemente mi nula querencia a traspasar Despeñaperros me lleve a crearme una imagen no del todo fidedigna y quizás injusta. No sé, ni tampoco me preocupa en exceso. Igual la querencia que me nace hacia el perdedor me lleva a considerarla como digna de abrazo compasivo a través de las letras. Probablemente los parabienes que otrora le dedicaron los padrinos de sus mismas siglas le llegaron a transmitir una idea de perpetuidad que acaba de derrumbarse. Como si de una escultura erigida en las arenas de las marismas a la que las aguas subterráneas están derribando. Como si los cimientos que ayer consideraba sólidos se hubiesen manifestado carcomidos. Como si la falta de atención alzada más allá del horizonte cercano la hubiese cegado. Cientos de interrogantes se le habrán aparecido amenazadores y siguen sin respuesta. Quizás el poder acaba fagocitando a quienes se perpetúan en él o las volubles voluntades los rechazan de plano. No sé y puede que ni ella misma sepa el porqué. Tanto da a estas alturas. Lo que no parece oportuno es abrir el toril del enfado para que salga el morlaco de la decepción a puerta gayola embistiendo bravamente. No, no parece que la faena vaya a ser recordada más allá de la rabieta que los avisos anuncien si se alarga más allá de los veinte minutos reglamentarios. Los tendidos han sacado pañuelos y las orejas se ofrecerán al diestro que según criterio de los asistentes se las merezca. No será aceptable devolver a los corrales al astado por no lucir las divisas que más gustan a los que se soñaban entendidos. Ahora toca lidiarlo y con un poco de sapiencia aceptar que los mantones cada cual los despliega en la barrera que más le apetece. Las banderillas, los puyazos, los pases de pecho, la estocada o la puntilla se alternarán según discurra la corrida. Lo que parece claro, lo que parece meridianamente claro, es que a Susana Díaz no le han brindado la montera que esperaba y no le queda otra que aceptarlo. No servirá de nada permanecer en los alrededores del coso intentando culpar a los areneros de la falta de casta de la ganadería. Quizás antes de acudir debió fijarse bien en cómo llevaba colocados los claveles rojos mientras cruzaba en calesa la avenida hacia la plaza. Si los vítores ajenos le chirrían es cuestión de hacérselo mirar.   

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