1. Susana Díaz
La veo y me viene a la memoria una imagen ya vista en algún otro
lugar, en alguna otra circunstancia, película, o algo así. Como si del recuerdo
quisiera emerger su imagen a modo de chica Almodóvar o vendedora de Teletienda,
no sé, pero algo me resulta ya conocido sin conocerla en persona. Probablemente
mi nula querencia a traspasar Despeñaperros me lleve a crearme una imagen no
del todo fidedigna y quizás injusta. No sé, ni tampoco me preocupa en exceso. Igual
la querencia que me nace hacia el perdedor me lleva a considerarla como digna
de abrazo compasivo a través de las letras. Probablemente los parabienes que
otrora le dedicaron los padrinos de sus mismas siglas le llegaron a transmitir
una idea de perpetuidad que acaba de derrumbarse. Como si de una escultura erigida
en las arenas de las marismas a la que las aguas subterráneas están derribando.
Como si los cimientos que ayer consideraba sólidos se hubiesen manifestado
carcomidos. Como si la falta de atención alzada más allá del horizonte cercano
la hubiese cegado. Cientos de interrogantes se le habrán aparecido amenazadores
y siguen sin respuesta. Quizás el poder acaba fagocitando a quienes se
perpetúan en él o las volubles voluntades los rechazan de plano. No sé y puede
que ni ella misma sepa el porqué. Tanto da a estas alturas. Lo que no parece
oportuno es abrir el toril del enfado para que salga el morlaco de la decepción
a puerta gayola embistiendo bravamente. No, no parece que la faena vaya a ser
recordada más allá de la rabieta que los avisos anuncien si se alarga más allá
de los veinte minutos reglamentarios. Los tendidos han sacado pañuelos y las
orejas se ofrecerán al diestro que según criterio de los asistentes se las
merezca. No será aceptable devolver a los corrales al astado por no lucir las
divisas que más gustan a los que se soñaban entendidos. Ahora toca lidiarlo y
con un poco de sapiencia aceptar que los mantones cada cual los despliega en la
barrera que más le apetece. Las banderillas, los puyazos, los pases de pecho,
la estocada o la puntilla se alternarán según discurra la corrida. Lo que parece
claro, lo que parece meridianamente claro, es que a Susana Díaz no le han
brindado la montera que esperaba y no le queda otra que aceptarlo. No servirá de
nada permanecer en los alrededores del coso intentando culpar a los areneros de
la falta de casta de la ganadería. Quizás antes de acudir debió fijarse bien en
cómo llevaba colocados los claveles rojos mientras cruzaba en calesa la avenida
hacia la plaza. Si los vítores ajenos le chirrían es cuestión de hacérselo
mirar.
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