La muerte del Comendador (libro primero)
Resulta curioso que el título de Comendador vaya
ligado a la muerte a nada que aparezca en la literatura. Como si la trama siempre
lo buscase como víctima, como si fuese el más propenso a lucir el luto. Y si
pasa el tiempo y Murakami decide apostar por el título en cuestión poco
importará pensar que el cargo lleva implícita la muerte. Da igual, viniendo de
Murakami, lo mismo da. Y dará lo mismo como siempre que este genio de las
letras decide tejer una nueva obra y sacarla a la luz. Sabes que el número de
personajes no será excesivo y con ello tu atención no sufrirá de vértigos
identificativos. Sabes que el entorno será tan íntimo, tan cercano, que no podrás
dejar de sentirte un fisgón involuntario añadido a la trama. Los conflictos
internos saldrán a buscar el eco en el bosque de los traumas y de ti dependerá hacerles
caso o dedicarles olvido. Abandonos, regresos a historias por parte del protagonista
que se ve inmerso en los designios de la vida sin saber qué pincelada ejecutar
en el lienzo del retrato encargado. Realidades mentales que se dejan traslucir
entre las nubes traumáticas que ni siquiera el poderío económico consigue
solucionar. Todo muy en su estilo para no defraudar a sus seguidores. Ciertas
reminiscencias hacia el clasicismo de las letras como si de dicha fuente extrajese el motivo
penúltimo de su creación. Lees y la imaginación supera ampliamente la metáfora
que parece lanzarte entre los sonidos de la campanilla llegada del bosque. Podrías
calificar de rarezas los comportamientos de aquellos que traspasan los párrafos
para demostrarte el modo de escribir que se caligrafía con mayúsculas. Y todo
tendrá sentido conforme vaya transcurriendo la sucesión de vidas. Se solapan y
se van dando paso a modo de estaciones de metro como si huyesen de sí mismas
hacia no se sabe dónde. Hurgas en el modo de escribir del autor y de nuevo, una
vez más, por si no lo habías comprobado suficientemente en sus lecturas
previas, sigues aplaudiendo. Probablemente percibas el aliento de don Juan transitando
entre las tumbas del cementerio. O puede que de Fuenteovejuna te regrese el
coro unísono. O puede que una daga delatora salga del cuadro inacabado para
procurar que entiendas que existen historias que no precisan pregoneros que las
vendan. Por sí solas alcanzarán el éxito si llevan la firma de quien así las
concibe. Y de ello Haruki Murakami es la prueba palpable. No creo que tarde
mucho en aparecer el segundo libro que continúe la historia. Lo que está claro
es que se hará eterna la espera.
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