lunes, 14 de enero de 2019


La muerte del Comendador (libro primero)
Resulta curioso que el título de Comendador vaya ligado a la muerte a nada que aparezca en la literatura. Como si la trama siempre lo buscase como víctima, como si fuese el más propenso a lucir el luto. Y si pasa el tiempo y Murakami decide apostar por el título en cuestión poco importará pensar que el cargo lleva implícita la muerte. Da igual, viniendo de Murakami, lo mismo da. Y dará lo mismo como siempre que este genio de las letras decide tejer una nueva obra y sacarla a la luz. Sabes que el número de personajes no será excesivo y con ello tu atención no sufrirá de vértigos identificativos. Sabes que el entorno será tan íntimo, tan cercano, que no podrás dejar de sentirte un fisgón involuntario añadido a la trama. Los conflictos internos saldrán a buscar el eco en el bosque de los traumas y de ti dependerá hacerles caso o dedicarles olvido. Abandonos, regresos a historias por parte del protagonista que se ve inmerso en los designios de la vida sin saber qué pincelada ejecutar en el lienzo del retrato encargado. Realidades mentales que se dejan traslucir entre las nubes traumáticas que ni siquiera el poderío económico   consigue solucionar. Todo muy en su estilo para no defraudar a sus seguidores. Ciertas reminiscencias hacia el clasicismo de las letras  como si de dicha fuente extrajese el motivo penúltimo de su creación. Lees y la imaginación supera ampliamente la metáfora que parece lanzarte entre los sonidos de la campanilla llegada del bosque. Podrías calificar de rarezas los comportamientos de aquellos que traspasan los párrafos para demostrarte el modo de escribir que se caligrafía con mayúsculas. Y todo tendrá sentido conforme vaya transcurriendo la sucesión de vidas. Se solapan y se van dando paso a modo de estaciones de metro como si huyesen de sí mismas hacia no se sabe dónde. Hurgas en el modo de escribir del autor y de nuevo, una vez más, por si no lo habías comprobado suficientemente en sus lecturas previas, sigues aplaudiendo. Probablemente percibas el aliento de don Juan transitando entre las tumbas del cementerio. O puede que de Fuenteovejuna te regrese el coro unísono. O puede que una daga delatora salga del cuadro inacabado para procurar que entiendas que existen historias que no precisan pregoneros que las vendan. Por sí solas alcanzarán el éxito si llevan la firma de quien así las concibe. Y de ello Haruki Murakami es la prueba palpable. No creo que tarde mucho en aparecer el segundo libro que continúe la historia. Lo que está claro es que se hará eterna la espera.  

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