La pata de cabra
Aparte de sonar a título de leyenda misteriosa también es el apéndice
inferior que los vehículos de dos ruedas llevan para ayudar a estabilizarlo
cuando el tránsito ha terminado. Normalmente en el lado izquierdo y adherida a
un muelle retráctil que la hace pasar desapercibida habitualmente. Paras, apoyas
ambos pies, deslizas el izquierdo hacia la misma y solamente debes esperar a
que la tensión del momento termine y así saltar indemne. Luego ya de ti depende
dejarla inclinada y que la pata soporte semejante peso o reclamar el esfuerzo
al caballete que duerme a dúo al lado de la misma. Todo fácil, todo sencillo.
Hasta que el exceso de confianza te gana la partida y sin comprobar
detalladamente los pasos previos, automatizas el absurdo. En décimas de segundo
la pata cede, el muelle se retracta de su labor, el manillar busca ser la hipotenusa
del triángulo y te ves inmerso en un sketch sin aplausos de fondo. Te ves engullido
como si Jonás buscase a ti al sustituto y el horizonte se vuelve vertical.
Miras hacia el cuentakilómetros y un añadido de amargura te llega al comprobar
el dígito que marca cero en la velocidad. Recuerdas a aquel pipiolo que intentó
quitarle hierro a la tentación cuando aseguraba no conocer a nadie que no
hubiese sufrido una caída. Vale, profecía cumplida. Recobras la dignidad ante
la ausencia de testigos y recuentas mentalmente la osamenta que te pertenece.
Todo parece estar en su sitio. Ella, ni un rasguño. Tú, con la incógnita
dibujada en el rostro sin saber qué has hecho mal. Y entonces, en mitad de
semejante ecuación, la miras y allí está. La muy ladina vuelve a refugiarse en
la espiral de sus muelles y parece mofarse de tu exceso de confianza. Piensas
qué reprimenda se merece y refrescas tu memoria. Sí, justo allí, en la
estantería de la derecha, permanece a la espera de su debut el bote de pintura
que jamás supiste para qué finalidad lo habías adquirido. Lo ases, lo trasladas,
se lo aproximas y percibes que no es el color que hubiera preferido como
penitencia. Con cierta maldad tiznas lo que hasta ayer era elegantemente negro
y sabes que a partir de ahora la cabra lucirá mucho mejor. Dicen que quien ríe
el último ríe mejor y espero haber sido yo. Que no se tome cumplida venganza al
verse de esa guisa ya el tiempo lo dirá; pero uno de mis propósitos creo que va
a ser convertirme en pintor y ya he empezado a llevarlo a cabo.
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