Huérfanos de Krahe
Hay momentos en la vida en los que la vida te sobrepasa, te
envuelve en calendarios y sin enterarte te arrastra. De hecho, de cuando en cuando, como si
quisieras regresar al ayer, recuperas estribillos que te regresan a aquellas
fechas cargadas de risas y múltiples anécdotas. Y cuando la fortuna se apiada
de ti te pone en bandeja la oportunidad de redimirte con el olvido. Abres los
ojos y encuentras un nombre que te
resulta sumamente atractivo. Huérfanos de Krahe. Suena genial y empiezas a
averiguar de qué va el tema. Y entonces te aparecen tres elementos a modo de
mosqueteros llamados Javier López de Guereña, Andreas Pritwittz y Fernando
Anguita que decidieron dar continuidad a la obra de aquel insigne trovador
irreverente llamado Javier Krahe. Y tú,
que todavía tarareas de cuando en cuando aquellas letras, que todavía analizas
la rima de las mismas, que todavía paladeas el valor de la sátira, aplaudes y
agradeces al destino la oportunidad que te brinda de volver a disfrutar. De modo que te añades a la lista de
admiradores del finado y acudes a verlos, a escucharlos, a tararearlos. A tu
alrededor, a nada que mires, observarás a otros tantos huérfanos añadidos a
modo de coro. Te dejas llevar y entre
flauta, saxofón, contrabajo, clarinete, guitarra y cervezas crees estar
presenciando la resurrección de aquel modo de hacer música. Miras hacia un lado y los labios de los
presentes se visten de coro. Miras hacia el otro lado y
compruebas que las juventudes pasaron pero el espíritu permanece.
Brindas por la fortuna de haber sido testigo de una época y de un modo de hacer
música basada en la inteligencia que allí mismo, a dos metros de ti, reaparece. Compruebas cómo este trío de acompañantes que
en vida tuvo siguen fieles al modo de hacer de aquel ácrata enjuto y
quevediano. Las risas se alternan con
los estribillos y el orfanato carece del luto que suele lucir toda pérdida. Ya da lo mismo si aquella canción no tiene su
momento o aquella otra pernocta silenciosa. Da lo mismo porque lo auténtico se
ha hecho realidad sin añadidos ni alharacas poco creíbles. La simbiosis mira de
frente y por un momento recuperas la esperanza. Nada está perdido y estos tres
juglares acaban de dejarlo claro. Se te hace corta la hora y media. Tan corta
como suele hacerse la fortuna cuando la estás disfrutando. Simplemente sabes que cuando alguien intente
dar el pésame a la orfandad estará cometiendo el error de no dárselo a sí mismo
al no haber tenido tu suerte. Lo suyo será que ponga remedio a no tardar. Probablemente
por allí nos volvamos a ver y seguro que agradece haber asistido. Avisado está.
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