Podemos o el
sueño de una noche de verano
Al final, jugar con la esperanza de los desesperanzados es la peor de
las jugadas que se puede realizar. Salen a la luz de los tapetes los comodines,
las cartas descartadas, los naipes camuflados. Y logras que de nuevo reaparezca
la desconfianza. Fue bonito mientras duró, mientras se movieron las corrientes
en pos de una nueva forma de entender la política, mientras la fe en los postulados
recobró su papel. Fue tan bonito como aquel mayo francés que revolucionó los
barrios parisinos desmelenando las rojas crines de Erik y sus seguidores. Años
después el propio catalizador renunció de todo aquello y dejó un poso de
decepción que parece regresar. Como si la condición humana no distinguiese de
colores, reaparecen las ambiciones, las puñaladas, las traiciones, los
desamores. Y previamente, como telón anunciador, las actuaciones contrarias a
todo aquel catecismo que anunciaba formas de hacer y de encarar el futuro.
Cincuenta años y algunos meses después la Utopía queda desenmascarada por un
discurso dolido y una sutil advertencia vengadora. Todo resumido del modo más
decepcionante que se puede imaginar. Ahora, el cómo intentar recuperar el
crédito, resultará un esfuerzo abocado
al fracaso. De nada servirá aparentar forismo decisorio y asambleario cuando el
modo de actuación se manifiesta contario
a lo pregonado. Fecha de caducidad impresa que llevará adheridas las
subsiguientes etiquetas de rebajas en las siglas desprendidas como esporas de un inicial helecho. Podrán
intentar seccionarse en multitud de departamentos pero el edificio que
intentaron y en parte consiguieron erigir hace aguas y amenaza abandono, ruina
o desahucio. Y todo ello sin el sabor a existencialismo que aquel movimiento
tuvo a orillas del Sena. Al final resulta que no hay peor enemigo de uno mismo
que uno mismo cuando decide ser lo contrario de lo que proclama. Ahorrarse los
lloros y enmudecer las quejas será lo más adecuado para la vista alegre de
aquellos que se ven sorprendidos. Recuerdo cómo en una ocasión un letrero
ocupaba un muro en mitad de la huerta que custodiaba. “Sé realista; pide lo
imposible”, rezaba. Supongo que seguirá allí y mañana regresaré a comprobarlo.
Probablemente alguien le habrá añadido un signo de interrogación. Si está trazado
con color violeta, o no, no me lo quiero ni imaginar. Para ello basta con
regresar a la obra de William Shakespeare e
intentar seguir el argumento que tan premonitorio resulta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario