viernes, 18 de enero de 2019


Podemos o el sueño de una noche de verano


Al final, jugar con la esperanza de los desesperanzados es la peor de las jugadas que se puede realizar. Salen a la luz de los tapetes los comodines, las cartas descartadas, los naipes camuflados. Y logras que de nuevo reaparezca la desconfianza. Fue bonito mientras duró, mientras se movieron las corrientes en pos de una nueva forma de entender la política, mientras la fe en los postulados recobró su papel. Fue tan bonito como aquel mayo francés que revolucionó los barrios parisinos desmelenando las rojas crines de Erik y sus seguidores. Años después el propio catalizador renunció de todo aquello y dejó un poso de decepción que parece regresar. Como si la condición humana no distinguiese de colores, reaparecen las ambiciones, las puñaladas, las traiciones, los desamores. Y previamente, como telón anunciador, las actuaciones contrarias a todo aquel catecismo que anunciaba formas de hacer y de encarar el futuro. Cincuenta años y algunos meses después la Utopía queda desenmascarada por un discurso dolido y una sutil advertencia vengadora. Todo resumido del modo más decepcionante que se puede imaginar. Ahora, el cómo intentar recuperar el crédito, resultará  un esfuerzo abocado al fracaso. De nada servirá aparentar forismo decisorio y asambleario cuando el modo de actuación se manifiesta  contario a lo pregonado. Fecha de caducidad impresa que llevará adheridas las subsiguientes etiquetas de rebajas en las siglas desprendidas  como esporas de un inicial helecho. Podrán intentar seccionarse en multitud de departamentos pero el edificio que intentaron y en parte consiguieron erigir hace aguas y amenaza abandono, ruina o desahucio. Y todo ello sin el sabor a existencialismo que aquel movimiento tuvo a orillas del Sena. Al final resulta que no hay peor enemigo de uno mismo que uno mismo cuando decide ser lo contrario de lo que proclama. Ahorrarse los lloros y enmudecer las quejas será lo más adecuado para la vista alegre de aquellos que se ven sorprendidos. Recuerdo cómo en una ocasión un letrero ocupaba un muro en mitad de la huerta que custodiaba. “Sé realista; pide lo imposible”, rezaba. Supongo que seguirá allí y mañana regresaré a comprobarlo. Probablemente alguien le habrá añadido un signo de interrogación. Si está trazado con color violeta, o no, no me lo quiero ni imaginar. Para ello basta con regresar a la obra de William Shakespeare e intentar seguir el argumento que tan premonitorio resulta.

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