La
hermana falsa
Debería
concluir aquí el comentario sobre este libro y sobrarían palabras.
Indudablemente parto de la ventaja de tener dos y no ser ninguna de ellas falsa.
Así que, por darle algo de cuerpo a la incomprensión lectora que me atenaza, enlazaré
como pueda algo que pueda alegarse en mi contra. Leyendo la sinopsis aparece la
típica historia de réplica intergeneracional en la que se repiten situaciones.
Por lo visto alguien huyó de una guerra y se situó en algún lugar donde tuvo
amores. Amores que fructificaron a espaldas de la pareja abandonada y que con
el paso del tiempo se manifiestan en….Nada, ya me he perdido de nuevo. Ni sé de
qué hablo ni a qué me refiero. Es como si una nube amnésica hubiese liofilizado
mis meninges y me estuviese sellando el pasaporte al frenopático de guardia más
próximo. Y lo peor de todo es que la culpa de la elección nació en mí y en mí
muere. No se puede ir con prisas a elegir un libro y encima dejarte las
imperiosas lentes lejos de tu alcance. Relees a duras penas el título, asomas las dioptrías a la foto del
autor y decides enfrascarte en el reto. Con suerte descubrirás algo que a otros
habrá seducido, seguro. Con suerte, pasarás a ser uno más de los afortunados
degustadores de tal néctar literario. Con suerte, acabarás escribiendo tu opinión
y la compartirás desde el aplauso. Pues poco tardas en abrirle las puertas a la
decepción. No solo es falsa la hermana, sino que lo es el tema en sí mismo. Ya
te da igual si es el tercer tomo de la trilogía. Te resbala que haya habido una
guerra o no. Te importa un pepino si el puerto sigue recibiendo barcos de pesca
o yates millonarios. Ni pies, ni cabeza. Te has equivocado y punto. No me cabe
duda que Miklos intentó componer una epopeya al desgarro que toda separación acarrea.
Sobre todo cuando tiene como origen un conflicto armado. Pero intentar
convertir un éxodo en una obra reflexiva de contradicciones expuestas de modo supuestamente poético ya sobrepasa
el exceso de toda originalidad. Sea como fuere, esta tarde, volveré a pasar por
el establecimiento donde la adquirí. No para reclamar nada, no; sino más bien para
no negarle la opción al siguiente lector que se sienta tentado de hacerla suya.
Evitaré reseñar en sus páginas inmaculadas lo que aquí transcribo. No sería
justo condicionar a nadie que desconozca este reducto desde el que opino. De
cualquier modo, que nadie olvide que las lecturas siempre tienen a algún lector
que las hace suyas. En este caso, no fui yo uno de los elegidos. Seguiremos
probando, seguiremos leyendo.
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