lunes, 7 de enero de 2019


1. Amalieta A.



En cuanto se quede quieta, si es que puede, afilaré el lápiz que la memoria me presta e intentaré bocetarla. No será fácil, no. Y no lo será porque está tan acostumbrada a gobernar que la mínima pose que la lleve a la inmovilidad le parecerá una pérdida de tiempo. Lo suyo es un no parar. De aquí para allá, de esto a lo otro, ni pausa, ni sosiego. Este torbellino que la caracteriza es el que le impide acumular bajo la piel más allá de lo necesario e imprescindible. Como si de ello dependiera su existencia, el remanso de la calma no tiene cabida. Cubrirá sus pensamientos con los flecos que simularán ser yelmos protectores de esta guerrera que la viste. No asumirá el papel de damisela bordadora en la torre del homenaje del castillo porque lo suyo es plantar cara y batalla a las adversidades. Poco importará si las dimensiones de las mismas remueven los tendones de su fortaleza. Ella, desde siempre, para siempre, sabe que el reto no le asusta y callará para sí los interrogantes para no dar la sensación de flaqueza.  Transitará sobre el filo de la cordura que a muchos que la desconocen le sonará a frivolidad. Se equivocan. El sentimiento que subyace en su yo más íntimo fue tejiendo la cota de malla, el almófar y las brafoneras  de su armadura creando el prototipo de una renacida Juana de Arco a la que ni la hoguera será capaz de derrotar. Una del trino, en cuyos vértices se apoya cada vez que el desánimo momentáneo aparece intentando tapar la sonrisa que devendrá en carcajada. Echa de menos lo que nunca ha dejado de estar y será capaz de aventurarse a soñar lo que pudo haber sido para concluir el argumento de un libreto del  que ser protagonista. Velará como luz parpadeante de aquellos a los que la sangre le lleva y custodia con la fortaleza de sus anhelos. Seguirá echando de menos las cenizas que se perpetuaron sobre el mechero de unos dedos amarillentos. Gozará de la inmediatez para negarse la posibilidad de seguir arrancando hojas a un calendario que acumule tristezas. Sabrá que cada vez que la cúpula de la noche se pueble de destellos, al menos dos, le pertenecen. De los pálpitos  que perciba callará sus enseñanzas y solamente bajará la guardia cuando los oídos de la comprensión abran los tímpanos y la abracen. Se hace de querer y empiezo a sospechar, si es que alguna vez llegué a dudarlo, que se lo merece sobradamente. Solamente será necesario ver cómo verbenea los ritmos y llegado el descanso vuelve a ser el espíritu frágil que en ellos se refugia. Llegó como regalo real hace tiempo y no sabría decir si es más oro, incienso o mirra. Quizás una amalgama de todo a la vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario