Deuda
Siempre se tuvo por el ser caprichoso al que rendir pleitesía.
Fue criado entre los algodones que cardan los excesos nacidos de la
irracionalidad con la que se suele vestir la pasión desmedida. Nada le fue
prohibido excepto el no al que tenía vedado el paso en su círculo íntimo en el
que acabó residiendo la exclusividad del egoísmo. Vagó por la tenue línea de la
obligatoriedad dejando a los cercanos los excesos del deber mientras él se
refugiaba en la comodidad. Era, sencillamente, un señorito al que habían
vestido en las organzas del capricho. Y así fue cubriendo de lodos las etapas
de su vida. Sembraba quejas en el campo abonado de pasiones que corrían en un
solo sentido hacia él como destinatario final. Era el señor feudal de un
castillo venido a menos en el que el foso se cubría de yedras erosionantes de
pasadas grandezas. Las almenas coronaban la turbia mirada con la que lanzaba
puyas a quienes solícitos le veneraban desde la costumbre impuesta por aquella
que lo obtuvo para sí. Craso error, que a luces vista cometía a diario luchando
contra el intento de racionalizar el planteamiento absurdo de su apuesta. No
sabría definir qué tipo de deuda sentía hacia aquel al que desde siempre elevó
al pedestal del ídolo arrebatador. Puede que la belleza que le disputaban a
ella como máxima merecedora de tal galardón, jugase las cartas del autoengaño
que jamás logró aceptar. Vivía por y para él, debajo de él, sometida a él,
carente de él. Tardó en darse cuenta de cuál era el tamaño de la carga egoísta que
atesoraba y llegó un día en el que el simple detalle le devolvió la luz. Ya no
recordaba a aquel que ella mismo dibujase, ni su voz sonaba a almíbar. No supo
o no quiso recordar la extensa lista de menosprecios a los que fue sometida
como recompensa a su callada labor y entrega absoluta. Solo fue capaz de callar
y a la par cerrar su rostro a la sonrisa acostumbrada. Sigue preguntándose los
motivos que la llevaron al adiós y como de costumbre, no los encuentra. Acaba
de abrir los ventanales para que el viento ocupe los vacíos y justo enfrente,
unos operarios se afanan en colocar un cartel. Han descendido de las escaleras,
y entre las hojarascas de los chopos distingue la metáfora de su final. Anuncia
una entidad la solución a problemas financieros. “Nos hacemos cargo de su deuda”,
reza, y sin saber por qué, agacha su mirada envejeciendo más deprisa.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario