lunes, 10 de marzo de 2014


Deuda

Siempre se tuvo por el ser caprichoso al que rendir pleitesía. Fue criado entre los algodones que cardan los excesos nacidos de la irracionalidad con la que se suele vestir la pasión desmedida. Nada le fue prohibido excepto el no al que tenía vedado el paso en su círculo íntimo en el que acabó residiendo la exclusividad del egoísmo. Vagó por la tenue línea de la obligatoriedad dejando a los cercanos los excesos del deber mientras él se refugiaba en la comodidad. Era, sencillamente, un señorito al que habían vestido en las organzas del capricho. Y así fue cubriendo de lodos las etapas de su vida. Sembraba quejas en el campo abonado de pasiones que corrían en un solo sentido hacia él como destinatario final. Era el señor feudal de un castillo venido a menos en el que el foso se cubría de yedras erosionantes de pasadas grandezas. Las almenas coronaban la turbia mirada con la que lanzaba puyas a quienes solícitos le veneraban desde la costumbre impuesta por aquella que lo obtuvo para sí. Craso error, que a luces vista cometía a diario luchando contra el intento de racionalizar el planteamiento absurdo de su apuesta. No sabría definir qué tipo de deuda sentía hacia aquel al que desde siempre elevó al pedestal del ídolo arrebatador. Puede que la belleza que le disputaban a ella como máxima merecedora de tal galardón, jugase las cartas del autoengaño que jamás logró aceptar. Vivía por y para él, debajo de él, sometida a él, carente de él. Tardó en darse cuenta de cuál era el tamaño de la carga egoísta que atesoraba y llegó un día en el que el simple detalle le devolvió la luz. Ya no recordaba a aquel que ella mismo dibujase, ni su voz sonaba a almíbar. No supo o no quiso recordar la extensa lista de menosprecios a los que fue sometida como recompensa a su callada labor y entrega absoluta. Solo fue capaz de callar y a la par cerrar su rostro a la sonrisa acostumbrada. Sigue preguntándose los motivos que la llevaron al adiós y como de costumbre, no los encuentra. Acaba de abrir los ventanales para que el viento ocupe los vacíos y justo enfrente, unos operarios se afanan en colocar un cartel. Han descendido de las escaleras, y entre las hojarascas de los chopos distingue la metáfora de su final. Anuncia una entidad la solución a problemas financieros. “Nos hacemos cargo de su deuda”, reza, y sin saber por qué, agacha su mirada envejeciendo más deprisa.  

 

Jesús(defrijan)

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