Saberse
El más minúsculo recodo del camino que serpenteaba por las
laderas de su talle era la única certeza que atesoraba. Había diseñado los mil
argumentos propicios a los que aquel
infeliz que le habitaba se dirigía cada nuevo atardecer en el vuelo esperanzado
del perdedor que, todo espera y nada obtiene. Su vida y sueño era la ilusión a
la que se sometía como cómplice de las anticipadas derrotas a las que se veía
abocado cada nuevo amanecer. Distintos niveles en el rasero de la realidad le
situaban varias escalas por debajo en el libreto operístico en el que había
convertido a sus sueños. Rara vez se concedía el crédito del triunfo y cuando
así lo hacía se culpabilizaba por haber conseguido lo que no merecía desde su
propia equidad. La razón imponía su ley y a ella se sometía por más que las
ansias de gritarlo a los vientos pulsaran interiores plenos de pasionales silencios. Nunca
sospechó que aquella destinataria de sus ensoñaciones vivía en la comodidad del
cinismo a la que la había conducido la norma aprendida y en la que la
satisfacción no reinaba. Quiso ver radiante a quien en realidad cumplía con un
papel que había asumido y en el que nada se dejaba al azar. Eran mutuos
infelices desde perspectivas opuestas en el mismo hilo del tendedor al que tendieron
los lienzos del desencanto. Sólo la cortesía del saludo rompía espacios cuando
ella transitaba por los verdes en los que él orquestaba parterres. Mimaba
corolas confiando sus pétalos a la proximidad de los labios que jamás probaría.
Y así, guillotinaba tallos para arracimar desvelos que morirían lentamente en
los bohemios translúcidos de los salones interiores. Llegó a pedir calladamente
a los néctares respuestas que se soñaba para sí y en esa ilusión cubrió
calendarios. Por eso, aquella vez en la que la vio aparecer como de costumbre,
percibió en ella algo no acostumbrado. Su rostro se mostraba apagado,
indefenso, vulnerable. Tuvo la precaución de fijar su mirada en aquella
tristeza y supo al instante la necesidad de caricias. Se dejó guiar y a la par
que acercaba las rosas, posó en sus labios el sello que tantas veces había
guardado para sí. Ambos supieron que nada volvería a ser como antes porque nada
había sido antes diferente a la
falsedad. Aún, hoy en día, cuando la tarde se despide, siguen pensando que
aquel tiempo anterior fue un tiempo de sombras. Siguen sin saberse explicar los
motivos que les llevaron a unir a aquellos dos que una vez se supieron
valientes.
Jesús(defrijan)
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