Si las tizas eligieran
Buscarían entre los rompeolas a aquella silueta menuda que se
acurrucaba entre las yacientes valvas que alfombraban su incipiente caminar. Se
harían un hueco en aquel sillón de arena que el novicio arquitecto intentaba
convertir en asiento de reposo al que adosar su “Sopa de gansos” a los sones
infantiles de las tardes de invierno. Cogerían las escuderías miniaturizadas
para darle el puesto de privilegio al bólido del cariño que velaba sus noches.
Reanudarían los estribillos nacidos de las cintas de cromo para amenizar los
tránsitos hacia el vergel que tan suyo hizo y tan suyo hace. Seguirían
repartiendo los papeles en las obras a representar en las canículas veraniegas
que dirigía. Y todo lo harían desde el iris de la calidad humana que la
reviste. Y a la pizarra saldrían también las mil rutas que su espíritu nómada
trazó y sigue trazando a la búsqueda del conocimiento que nace de experimentar.
Se disputarían sus favores los patrones de los atuendos que vestirán en las
festividades que buscan carnavales. Si
las tizas eligieran tizarían en letra gótica el rótulo de la valía y de la
entrega a los débiles como sólo sabe hacer quien ama su deber para con ellos.
Porque en ella la discreción va pareja a orgullo de ser de quien es y
pertenecerse a los suyos. Llora su ausencia la noche por saberse vacía sin ella
y el transitar a la luz se torna escaso. Mientras, el pedaleo del pundonor, la
elevan a la categoría de maestra como decente docente que venera a los relevos
de los pupitres. Ave fénix que renace cada vez que el reto se le plantea por
saberse dominadora del mismo. Diríase que los colores del yeso se disputan sus
caricias cada vez que saca a la luz su sapiencia. Nació cuando el calendario
cede paso y el invierno se tiñó con su luz. Discreta para no provocar los celos,
sabe tender la mano a quien la necesita, guardándose para la soledad la más
mínima muestra de tristeza. Se sabe querida y por más que de su garganta
pudiesen nacer reproches, los guardará en la alacena interior para que
fallezcan dolientes. Si las tizas, como veis, pudiesen volver a elegir, optarían de nuevo por ella, por María Henar, por
mi hija. El rubor que se le adivina, creedme, lo achacará a los rayos
primaverales que empiezan a enrojecerle el rostro. Lo que sí sabe, a ciencia
cierta, es que gracias a ella la pizarra
de mi vida comenzó a colorearse y no hubo ni habrá borrador capaz de quitarme
el placer de ser su padre.
Jesús(defrijan)
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