martes, 11 de marzo de 2014


Julio, el francés.

No sabría asegurar a ciencia cierta si la casualidad actuó de cicerona ante este peculiar trotamundos. Sabía de sus raíces cercanas a las mías y sabía que sus pasos fueron encaminados más allá de las fronteras en la época en la que la oferta merecía la pena. De modo que vivió y se crio entre las aguas del Sena y las del Cabriel al que de cuando en vez regresaba. Y lo hacía desde la generosidad que acompaña al espíritu libre que siempre le tomó por escudero de sus pasos. Era uno más entre los unos menos, hasta aquel verano. Había decidido instalarse por más tiempo del acostumbrado en las sombras de las fuentes y su transcurrir fluctuaba entre la selección minuciosa de las hierbas autóctonas y las sesiones de meditación a las que a modo de faquir se encomendaba. De suerte que tras algunas noches de divagaciones a la luz de las estrellas en gratas compañías, aquel sábado dio el pistoletazo de salida al descubrimiento de su verdadera esencia. Quedamos en disfrutar desde su balcón de los sones jamaicanos que de las Galias trajese este gurú de sonrisas a modo de borrador de sones radiadas desde el exceso de la brillantina de moda en las pistas discotequeras. He de reconocer que verle postrarse en el suelo, colocar su nuca sobre unos libros marxistas y empezar a disfrutar de Max Romeo, supuso tal exceso de novedades que ni siquiera los sones de las campanas que tocaban a misa mayor lograron amortiguar. A su vez, las madalenas que se bañaban en infusiones con la alegría propia del verano, se pusieron de nuestra parte. A ritmo lento, la procesión pasaba a metros de caída vertical, y el respeto hizo que disminuyésemos el volumen que a todas luces pedía ritmo. No pude resistirme a la grabación en cinta de cromo de semejante maravilla que fue melodía de acompañamiento en más de una tarde de asueto. No hace mucho, repitió la visita, a modo de golondrina que reconoce el nido. Los rizos se han tizado y su esqueleto sigue sosteniendo a la brevedad que le perfila. Ha cambiado de furgoneta, pero sigue manteniendo las cretonas que a modo de tabiques celan miradas a los curiosos. Diferentes camadas le han seguido fielmente en su trayectoria liberta a la que siempre se trazó como camino válido hacia la dicha. Nos saludamos, recordamos viejos veranos, y como de costumbre nos volvimos citar a la sombra del recuerdo. Mientras decide regresar, cada vez que desempolvo el “War in a Babylon” y Max Romeo renace, me llega la sonrisa como viento fresco que este ácrata, este mosquetero del karma, este botánico de la alegría, manifestase aquel verano diluyendo las brillantinas de los tupés trasnochados.

 

Jesús(defrijan)

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