La musa
Andaba perdido como sólo los abandonados a su suerte en el
naufragio diario de la existencia suelen andar. Aquellas primigenias ilusiones
que le encaminaron al sendero de la dicha se habían convertido en rémoras parasitadas
por los devenires de la razón que cargaban las sinrazones. Todo avanzaba y nada
fluía hacia un destino que se ocultaba entre las malezas de la somnolencia
impuesta. Era feliz pero carecía de la dicha que sólo ofrece la diosa Fortuna a
quien es capaz de pespuntearse sus pasos
con las puntas que rozan los sueños. De modo que transcurrieron las fechas que
la obligatoriedad imponía al ritmo de los monocordes e indeseados marchas sin regresos
a la nada que le envolvía. Se sabía peregrino
a la desdicha y sus manos empezaron a dejarse vencer por el peso de la nada que
todo le aportaba. Así que decidió aquella tarde, mientras la tibieza empañaba a
las lloviznas darse por finiquitado. Él, que tantas veces se vistió de fénix firmó
el pacto con la cordura que nacía de la verdad y venció en el pulso que la
costumbre le imponía. Había cerrado en buró como derrotado peón del campo de
batalla que se inmola ante el avance de
sus semejantes que le consideran inferior. Y allí quedaban las cuartillas por
completar, los borradores que no supieron el camino a seguir, el tintero que
resecaba lágrimas ante el previsible futuro. Se intuyó en la luz que tantas
veces encendiese para prender sus poemas el parpadeo del fin. Cree que fue
entonces, justo en ese momento en el que el armisticio le daba por derrotado,
cuando regresó a él. No sabría definir qué le impulsó a fijar la vista en
aquella postal que doraba la caja de latón en la que dormían los primigenios
poemas que le impulsaron a la osadía. Aún es incapaz de asegurar cual fue el
motivo real que le remitió a la pluma de nuevo y desencadenó en él la vorágine
de la vuelta a las letras. No se explica la razón y no hace falta que lo haga.
Hoy ha vuelto a notar su compañía, arropo, susurro. Sabe a ciencia cierta que
nunca le abandonará porque ella le ofrece cobijo mientras dicta callada. Ahora,
cuando la noche empieza a encender al día, ha dejado sobre la mesa un nuevo
manuscrito. Sabe que la musa lo firmará como viene haciendo desde aquel
veintiuno de Marzo en el que creyó acabada su ilusión de poeta. Emboza su sueño,
cierra los ojos. Se sabe feliz.
Jesús(defrijan)
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