lunes, 30 de noviembre de 2015


Florencia (capítulo II) Primera noche

Quizás la premura  que manifestamos a la llegada nos impidió recapacitar sobre el tipo de habitación, pero aquella no era la deseable. Seguí los consejos que tiempo ha me diesen que hablaba de rechazar por principio a la primera oferta, porque sin duda, otra mejor estancia se reservan para el cliente disconforme.  De modo que un atribulado treintañero se dispuso a subir el equipaje a la última de las últimas,  últimas que quedaban rascando el cielo y sobrevolando tejados. Edificios señoriales que se han ido adaptando a los nuevos tiempos y a los que se les ha ido diseñando unas venas artificiales por las que ascender mecánicamente. Hasta que la imposibilidad aparece y se ofrece una escalera más propia de Babel que de un hotel y que ha de ser escalada por el botones cetrino que empieza a mirarnos mal y a sopesar el infinito peso del equipaje. No me atreví a decirle que la culpa de tales dimensiones la tenía el “Por si” de turno que se encargó de hacer por su cuenta más que una maleta, un empaquetamiento de armario. Verlo ascender como serpa nepalí  con semejante cargamento iba sumando a su favor la propina que sin duda merecía. Agotado, dejó en la entrada de aquel apartamento, la insufrible carga y huyó. No quiso ni esperarse a que me diese la vuelta para satisfacer su buen hacer con un importe adecuado y supongo que lo hizo temeroso por si regresaban los deseos hacia un nuevo cambio de ubicación. Por ahí no transigiría y huyó a toda prisa. La doble estancia se coronaba con un mirador desde el que se divisaba la línea celeste que las cúpulas iban formando y solamente el zureo de las palomas sería  capaz de competir con la luminosidad  mientras las campanas levantasen el nuevo día.  Las cretonas se deslizaron y desde el descansillo superior se adivinaban las grandezas de aquellos que supieron construir algo más allá de una riqueza efímera para perpetuarse por los siglos.  Llegó el alba y por más que busqué, no hallé rastro de él. Ni esa mañana, ni el resto de los días su figura volvió a aparecer. Que los Medicis  me perdonen si por mi culpa curvó su espalda o convirtió a sus dedos en garras. Así que si alguna vez acudís a Florencia y observáis a un señor con aspecto hindú que emprende veloz carrera ante la llegada de turistas bien equipados al hotel en cuestión, decidle que lo siento y que sigo esperando pagarle por sus servicios.  



Jesús(defrijan)    

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